martes, 15 de agosto de 2017

"El que nace lechón, muere cochino"

El refrán lo dice bien claro: “El que nace lechón, muere cochino”, o lo que es lo mismo, somos iguales que cuando nacemos. De esta manera lo he comprobado cuando he parido a cada una de mis cuatro hijas, adivinando su personalidad por su comportamiento al nacer, y con todas he acertado. La primera nació a la hora de la comida, nació tarde y obligada, eso sí, con el ojo bien abierto; la segunda nació en horas de vísperas de fiesta, preparada para salir y aguantar lo que se le eche, lloró muy poco y habla menos, pero hablando de fiestas, aguanta lo que se ponga por delante; la tercera vino al mundo sin permiso de nadie y casi nace por el camino, tenía prisa por demostrar al mundo que ella era capaz de desenroscarse dos nudos al cuello del cordón de su madre y lo que se le pusiese por delante; y la cuarta, la hija de mi deseo, nació al filo de dos días, a las doce y veinte, con toda la seriedad que el acontecimiento requería y con todo planeado, perfeccionando mis pasos y actualizando a toda la familia al siglo XXI. Hablo de lo que he experimentado para despistar un poco. Pero ¿Puede cambiar una persona a lo largo de su vida y según las circunstancias?, no lo creo. En mi caso, solo puedo ser yo, y ando buscando la mejor versión de mí misma, por lo que puede parecer que existe algún cambio. Sin embargo, lo esencial permanece: jamás me gustó pasar un día en el campo, ni el deporte, ni las intrigas de palacio, soy cabezona (testaruda y constante si queremos decorarlo un poco), y si tienes algo que decirme, dímelo a la cara, lloraré contigo, te insultaré, me cabrearé, pero jamás haré nada con dobleces, soy como nací, tranquila, sincera, bonachona tirando a floja para las cosas físicas, soy lo que se ve, no hay nada detrás y tengo una memoria “premium”, me acordaré de todo lo ocurrido que haya sido alrededor a mi vida, es por eso por lo que alguien me dijo una vez que era rencorosa, pero no es rencor, es simplemente que tengo una memoria muy crecida. Es por eso por lo que he desarrollado la habilidad de buscar estrategias para sobrevivir en este mudo carente de emociones, ya que soy emoción pura. Ahora bien, esos acontecimientos, que han ocurrido a mi alrededor y a lo largo de vida, han incitado en mí una respuesta: aquellas personas que han arrollado mi coexistir sin importarles mi propia existencia, persona coincidentes pero no necesarias, han provocado mi indiferencia total, han fortalecido mis límites y han pasado a la historia, sin más; sin embargo, aquellas personas que han chocado conmigo con circunstancias hirientes, personas que sí son necesarias para mí, han provocado que mis límites se ensanchen y haya desarrollado una capacidad que jamás creí tener, la capacidad de perdonar. Por todo esto, me planteo ¿somos capaces de cambiar por egoísmo puro y duro?, o simplemente es que el amor todo lo puede. Lola Lirola, Argés (Toledo) 15 de agosto de 2017

No hay comentarios:

Publicar un comentario