Nunca imaginé que lo que me
ocurriría ese día cambiaría el rumbo de mi vida. Este viaje a Italia fue
atípico –como si de un impulso, llegado de no se sabe donde, se tratase–, “a la
aventura” un término acuñado por mi madre, la cual de vez en cuando y sin
avisar se levantaba y decía: “vámonos a la aventura”, lo que significaba que salíamos
de viaje, no había rumbo ni reservas de hotel, ni sabíamos dónde dormiríamos o
dónde comeríamos. Yo había hecho por lo menos un par de viajes con mis padres
de esa manera –siempre dentro del territorio nacional–. Esta forma tan peculiar
de viajar jamás la había practicado con mi propia familia.
El día que les dije, estas vacaciones nos vamos
a Italia “a la aventura”, todos me miraron con cara de asombro –ellos ya sabían
lo que significaba, ya que yo les había narrado las características de esa
experiencia–, mis hijos recibieron la noticia con mucha ilusión, mientras que
mi marido al principio tuvo sus dudas, pero habíamos tenido un año muy duro de
trabajo y en seguida hizo del proyecto su mayor dedicación: revisión del coche,
descargarse los planos de las carreteras de Francia, Italia… Yo por mi parte
planifiqué las jornadas de viaje, la ropa imprescindible que debíamos de llevar
en las maletas, gestioné el D.N.I. de mi hija menor, y me descargué alguna
información de aquellos lugares que pretendíamos visitar. El objetivo era
llegar a Roma y volver, disfrutando del paisaje…
…Llegamos a Viterbo a las once
de la mañana, y pasamos gran parte del día conociendo la ciudad, el palacio
papal, su plaza, sus angostas y tortuosas calles –que de alguna manera nos eran
familiares-. Tardamos algún tiempo en encontrar el Monasterio de las Clarisas,
el objetivo principal de visitar esta bella ciudad, lo buscábamos porque allí se encontraba la
tumba de la santa incorrupta Santa Rosa, patrona de Viterbo y del pueblo
Almeriense de Alcolea –de donde procedía mi bisabuela paterna– y a la que había
bastante devoción en casa, por su fama de milagrera y de protectora de la familia. Al
llegar al monasterio nos encontramos sus puertas cerradas, tuvimos que esperar
en la plaza para que abrieran y poder visitar a la santa, pero aprovechamos
para descansar ya que llevábamos toda la mañana andando. La visita sería lo
último que haríamos en esa ciudad, después camino de Roma buscaríamos dónde
dormir.
La visita fue un tanto
inquietante, después de ver el cuerpo incorrupto de la santa y de rezar la
oración para la protección de la familia, nos dirigimos, ya fuera de la
iglesia, a una especie de habitación que tenían las monjas en donde se
explicaba la historia de la santa y se exponían fotografías, entre las que
había un dibujo simulado de cómo sería el rostro de la santa. Aquí es donde nos
quedamos todos de piedra, el supuesto retrato era a su vez la imagen exacta de
mi hija. Las niños bromearon, pero mi marido y yo nos quedamos de piedra y
decidimos dar por terminada la visita. A mi se me puso mal cuerpo, pero la
curiosidad era superior y decidí hacer
fotos de todo, incluido el retrato.
Después de la experiencia y
del cansancio decidimos ir a comer rápidamente para luego viajar. Miguel buscó
en internet algún lugar fresco en donde pudiéramos comer agradablemente. En la
búsqueda, los niños no paraban de insistir en ir a un lugar de comida rápida de
los que habíamos visto en la ciudad. Pero mi marido, que es un enreda, les
enseñó un lugar con piscina, motivo por el que ellos cambiaron sus
preferencias. Llamamos para preguntar y nos dijeron que era un hotel, pero que
daban comidas y que, por supuesto, la piscina estaba abierta a sus clientes.
Miguel introdujo la dirección
del hotel en el G.P.S. –había sido todo un invento descargarse los mapas
italianos–: viale Fiume, 112, Albergo Domus La Quercia, el coche callejeo
durante un tiempo y luego se dirigió por un camino que parecía que se alejaba
de cualquier población, llegamos a un conjunto de casas que parecían ancladas
en un pasado glorioso pero en un presente decrépito. En la carretera apareció
un cartel que ponía “La Quercia”, realmente no sabíamos si eso era un pueblo o
un barrio de Viterbo, según entramos al conjunto de casas, volvimos a salir de
la población, era como si de un aldea se tratase. El GPS se quedó pillado reconfigurando
la ruta. Por lo que paramos para preguntar a un señor con sombrero de paja que
andaba sentado en un poyete.
-Disculpe, Hotel Domus La
Quercia –pregunté demostrando mi desconcierto–
El hombre miró hacia la parte
de atrás del vehículo, mis tres hijos le
miraban expectantes, el hombre farfullo una serie de palabras en italiano muy
deprisa e incompresibles, señalando a
Cristina –mi hija mayor–, los muchachos parecían haber entendido alguna palabra y se quedaron susurrando con mucha intriga y riéndose de como el pastor había creído que mi hija era Santa Rosa.
Cristina –mi hija mayor–, los muchachos parecían haber entendido alguna palabra y se quedaron susurrando con mucha intriga y riéndose de como el pastor había creído que mi hija era Santa Rosa.
“tiu, tiu…”…indicó el hombre
hacia adelante, sin embargo el GPS había reconfigurado la ruta y nos urgía a
cambiar de sentido. Miguel continuó y más adelante realizó un cambio de sentido
haciendo caso a las nuevas tecnologías. Cual fue nuestra sorpresa que cuando
pasamos por el poyete en donde estaba el pastor, éste había desaparecido, sin
embargo, era muy cerca de allí en donde nos indicaba el G.P.S. que estaba el
desvío al hotel.
Tomamos el desvío y estaba un
gran edificio, como un seminario o monasterio al que se le había dado el uso de
hotel, en el que había un gran parking. Al llegar salió un señor muy atractivo
y bien vestido a recibirnos, nos dio a
entender que nos estaban esperando, se le entendía muy bien, a pesar de hablaba
en italiano. En seguida le hicimos ver que queríamos comer en el restaurante, a
pesar de ello nos enseñó el patio, en donde comeríamos, la piscina, los
pasillos, nos dijo que todo estaba a nuestra disposición.
-Disculpen que me atreva –dijo
en nuestro idioma–, no sé que intención tienen ustedes, pero disponemos de
habitaciones a muy buen precio.
Las tarifas no estaban acordes
a la majestuosidad del lugar, era bastante económicas. Total debíamos marchar
para Roma y buscar hotel, eso sería mucho más costoso. Los muchachos estaban en
internet en un ordenador que el recepcionista le había permitido, Miguel y yo
nos miramos, pues si nos quedábamos, nos permitiría echarnos una buena siesta y
una tarde agradable, estábamos al comienzo de las vacaciones y todo había
salido rodado –así eran los viajes a la aventura––. Decidimos quedarnos y
partir por la mañana a Roma, el recepcionista nos llevó a las habitaciones, una
para nosotros y otra, comunicada por un pasillo con la nuestra, para los niños.
Ellos estaba alegres podría pasar toda la tarde en la piscina y en internet –ya
que ambos servicios eran para los clientes del hotel–.
El lugar parecía desierto, tan
sólo nos encontramos con el personal, parecía que había sido dispuesto exclusivamente
para nosotros. Después de una tarde agradable y descansada, llegó la noche y nos
dirigimos a nuestras habitaciones, las cuales habían sido modernizadas hacía
poco. Los niños se fueron a la suya. Nuestra habitación era de grandes
dimensiones, tenía una chimenea y unos
grandes ventanales desde donde pudimos ver el atardecer del Lacio como introito
a una noche inolvidable. Preparé un baño relajante y me sumergí en el agua
jabonosa, fue allí donde tuve el primer encuentro. Oí la puerta, noté como él
se deslizaba por el agua buscando las fronteras de mi cuerpo, yo con los ojos
cerrados dejé que fluyera todo lo anhelado, como fondo, la luz cálida del
atardecer modelaba nuestros cuerpos, dando rienda suelta al placer, que de alguna
manera, en esta ocasión, estaba siendo especialmente sensual, de pronto note un
calor excesivo, el agua hervía, de un respingo salte del baño, mi marido no
entendía nada, él no sentía como el agua burbujeaba. En el espejo estaba el
reflejo de su imagen, era igual que el dibujo que aquella mañana habíamos visto
en el monasterio. Como si en un pompa me encontrase, el tiempo se paró, el
calor se marchó y ella me dijo: “Ahora tú eres la guardiana, es tú
responsabilidad.”, una frase que ha cambiado toda la perspectiva de mi
existencia…
Lola Lirola, Toledo, 29
de abril de 2014.
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