sábado, 20 de julio de 2013

LOS MONSTRUOS NO ESTÁN DEBAJO DE LA CAMA

LOS MONSTRUOS NO ESTÁN DEBAJO DE LA CAMA.
            En ese mismo instante Carlota comprendió que había encontrado una nueva manera de  imaginar la vida.  Se encontraba escondida debajo de un mueble del salón de su casa, una estancia que lucía tan sólo de adorno, pues nunca se utilizaba. Debajo de unos de los muebles de estilo Renacimiento Español, cuyas patas eran unas esculturas de figuras monstruosas. Sus manitas tapaban sus ojos, pensaba que si no los miraba, dejaría de sentir que éstos  clavaban sus ojos en ella. Era una situación muy angustiosa y no era la primera vez que sucedía, pero a ella no le preocupaba los seres inertes, ni el cocodrilo que según su hermana –dos años mayor que ella-, le decía que había debajo de la cama, éstos le daban miedo, pero nunca le habían atacado. En esos momentos  otros monstruos más reales acechaban muy cerca de ella.
            Ese día, Carlota estaba en su habitación jugando con la Nancy y los vestidos que su madre había confeccionado con retales –esta era una gran costurera y le había hecho los más bonitos vestidos, mucho más bellos que los que le regalaban a su amiga Cristina por su cumpleaños y Navidad-, cuando escucho que alguien sin mucho acierto intentaba abrir la puerta de su casa, su corazón se aceleró, era una señal inequívoca y asimilada de que todo iba a comenzar. Carlota guardó la Nancy y el armario con todos los vestidos –nada debía delatar que ella había estado jugando en la habitación-, y esperó sentada en la cama. Bien sabía ella, que el epicentro del terremoto se concentraría en la cocina, lugar en el que su madre estaba preparando la cena de Nochebuena. Todo comenzó cuando un portazo sonó tan fuerte que los cimientos de la casa se tambalearon, su madre salió asustada de la cocina y a voces pidiendo responsabilidades, como la casa estaba dispuesta a la larga, desde la cocina hasta la entrada había dos grandes pasillos que separaban al monstruo de la madre, pero ella no parecía tener miedo, y según se acercaba hacia él las voces eran cada vez mayores. El engendro  avanzó hacia ella y cada vez era más monstruo, Carlota se tapó los oídos, pero aún así escuchaba las voces de ambos. La niña pensaba que su madre, con sus voces,  lo atraía como el canto de las sirenas a Ulises. Se asomó por la rendija y vio que su madre, muy enfadada, discutía amenazante con él. Era su heroína, pensó Carlota, ¡no tenía miedo! Sin embargo,  en otros momentos  la había visto llorar, y en algunas ocasiones había visto las señales de la lucha en su rostro. Entonces la niña le preguntaba: -Mamá, que te pasa en el ojo, y ella  contestaba. Nada que tengo ojeras como tu abuelo. Pero, yo sabía que las ojeras no van cambiando de color según pasan los días.
            En el momento que se percató que estaban muy concentrados en su batalla, aprovechó y se dirigió hacia la salida de la casa, allí  estaba el salón  olvidado de la familia, los muebles que lo decoraban pertenecían al ajuar de su madre  cuando se casó –porque según decía su padre, ella era de familia bien-, allí Carlota había encontrado su espacio, en donde nadie la encontraba. Las voces parecían más amortiguadas, principalmente porque estaban lejos, pero se oyeron voces, golpes, platos rotos, la niña quería llorar pero nada debía delatarla, porque el monstruo sabía que el punto débil de la madre eran sus hijos y arremetería contra ella con tal de continuar su batalla.
Ella pensaba que el monstruo posiblemente viniera del mismo infierno por varios motivos: porque siempre que olía de esa manera comenzaba la batalla; porque en catequesis –Carlota estaba yendo a catequesis para hacer la comunión ese curso-, le habían dicho que en el cielo había ángeles y todo era felicidad y amor, y alguien que viniera del cielo sería rubio, guapo y con una sonrisa en sus labios, y este monstruo no parecía ni rubio, ni guapo, y mucho menos sonreía; y porque cada vez que venía traía un poquito de infierno a la casa.
En esa ocasión no había nadie en casa, sus dos hermanos inmediatamente mayores estaban pidiendo el aguinaldo –era el día 24 de diciembre y antes de la cena en familia se podía pedir el aguinaldo-, a ella no le había dejado ir su madre porque era pequeña, pero no era justo porque ellos vendrían con dinero para chuches. Su padre estaba en el bar, con sus amigos, le había dicho que se fuera con él, pero como la niña se constipaba con mucha facilidad, su madre dispuso que se quedara con ella, y aunque su padre había insistido para que la madre se quedara haciendo la cena, tranquila, no pudo ser. En sus alegatos argumentó que esta no daba ni pizca de guerra –en efecto, se pasaba las horas jugando sin requerir su atención-. Ya solo quedaba un hermano, el segundo que se había ido con sus amigos, él había estado todo el otoño en Madrid, era su primer año de universidad y cuando vino parecía más grande,  más guapo y más cariñoso. De toda la gran familia, solo quedaba la madre, el monstruo –que era el hermano el mayor-, y ella. Por lo que dedujo que toda la ira recaería sobre ella misma. Él nunca le había hecho nada, siempre estaba alguno más mayor que se interponía y la salvaba, pero en esta ocasión no estaba nadie, estaban  solas: la madre y Carlota.
Las voces se hicieron más fuertes, los golpes martilleaban sus oídos, y aunque se tapaba, con fuerza, no dejaba de oírlos, su madre gemía y de vez en cuando gritaba con voz queda –porque ante todo los vecinos no debían saber que su hijo mayor era un monstruo-, pero ella sabía lo que estaba pasando. De repente, sintió que iba habitación por habitación buscando a sus hermanos –quizá porque el monstruo reconocía a su madre, o quizá para hacerla daño en donde más le dolía-. Primero fue a la de su hermano Fernando – él se llevaba todas porque era muy madrero, y “a su madre ¡qué no se la toquen!-, después buscó en la de Víctor –a éste le tenía una inquina especial porque estaba en la universidad siendo menor que él-, Carlota notó como su enfado crecía cada vez más, y su frustración le llevaba a una furia aún más ruidosa. De pronto, notó que a su madre no se la oía, la niña intuyó como en la cocina la comida había continuado cocinándose, nadie había tomado el timón de la cena, y esta continuaba orquestándose sin nadie que la dirigiera, por un momento pensó en subir a avisar a la abuela, que vivía en el piso de arriba, pero recordó que su madre les había prohibido tajantemente contar nada nadie. Además, si se movía delataría el lugar de su escondite. Los pasos del monstruo se acercaban a su habitación, amenazantes. Este abrió la puerta, la cual encontró tope en el muro de adobe de un metro de ancho, y el efecto rebote hizo que él se tropezara, se tuvo que levantar y al ver que no había nadie, se dirigió a la puerta de salida –posiblemente pensó en huir-, si alguien llegaba y veía a su madre tirada en el suelo podría pensar que había sido un ladrón.  Entonces entró en la habitación de sus padres, abrió los armarios, los cajones de la cómoda y de las mesillas. Algo estaba buscando y al no encontrarlo, su desesperación iba en aumento. Yo les había oído hablar sobre dinero, el tema preferido de discordia. El registro en la habitación de sus padres duró mucho tiempo –o al menos eso es lo que a ella le pareció-, pero al ver que nada pudo encontrar, se dirigió a la puerta de salida. Carlota estaba esperando que cerrara la puerta para salir en busca de su madre y ver qué había pasado, no tardaría mucho, sólo tenía que esperar un poco más, se dijo a sí misma, aguanta Carlota, enseguida se irá, cuando la puerta del salón donde se encontraba se abrió. Aquí continúo la búsqueda, en los cajones, detrás de las fotos, dentro de los floreros, la desazón podía con su persona, dónde tendrían sus padres el dinero que con tanto afán él buscaba. Carlota, agazapada en el suelo, se puso a rezar, ya hacía tiempo que las oraciones le transportaban a un mundo más pacífico, sin tanta angustia, le pedía a Jesús, que había sido perseguido por Herodes que la protegiera. ¡Qué sería de ella, una niña pequeña en manos de un monstruo endemoniado!, y sin ningún hermano que intercediera, ni su padre que siempre la protegía de todos. En esos momentos de furia oyó las losetas sonoras del pasillo –en su casa estas se movían y creaban una música muy peculiar-, era su madre que había vuelto a la escena, primero la había buscado a ella por toda la casa, luego había apagado los fuegos de la cocina, allí estaban los alimentos para la cena de Navidad, muchos de ellos estropeados, lo que hizo que la madre se encorajinara aún más, se dirigió hacia donde estaba su hijo –el monstruo-, y le dijo: vete de esta casa y no vuelvas más, nos has arruinado la cena de Navidad, me has roto el jarrón de mi boda, me has roto el espejo de la cómoda –Carlota pensó, porqué se preocupa su madre por los objetos cuando ella tiene sangre en la cara-, y yo voy a morir sin  haber hecho la Primera Comunión-, su hermano no lloró , ni tuvo miedo. Se dirigió hacia ella, y la dijo esta casa es mía y la he pagado yo –nadie le había dicho a su hermano que éramos pobres y la casa era de la abuela, a la que pagábamos un alquiler que en muchas ocasiones había visto que era todo lo que traía papá de su trabajo-, así que la que se tiene que ir eres tú, y la dio un empujón que la sacó al portal. Ella sabía que su madre estaría pasándolo muy mal, porque le importaba mucho lo que dijeran los vecinos, y sobre todo la abuela que era su madre –aunque nunca lo pareció porque no se comportaba como una abuela-, y no conforme con  empujarla, seguía dándola voces. Su madre se fue hacía la escalera que daba a los trasteros, intentaba calmarle pero no lo conseguía, la levantaba la voz, la mano. Carlota salió de su escondite y cogió una escoba que había en una antigua portería. Cómo él se encontraba más abajo, y ella estaba arriba de las escaleras, esta levantó la escoba  y estaba decidida a darle con ella tal golpe que desde ese día se acabarían todas las batallas. Las piernas le empezaron a temblar, los dientes  le titilaban, las fuerzas le abandonaron. Su madre que vio la escena dejó caer dos lágrimas por su rostro, sus ojos denotaban tanto terror, seguro que en esos momentos ella estaba en el infierno también. Su hermano se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y se volvió hacia su hermana pequeña, su madre le sujeto: -corre Carlota, ves con la abuela, corre, corre….Ella no podía sujetarle. Su madre medía un metro cincuenta y él había salido a la familia de su padre y medía un metro ochenta. La niña salió corriendo, llorando hacia el primer piso donde vivía la abuela Faustina, llamó a la puerta sin fuerza, salió ella. ¿Qué te pasa Carlota?, qué escandalosos sois, siempre dando voces, así es como os ha educado vuestra madre. Carlota gritó que su hermano quería matar a su madre. La abuela bajo refunfuñando, ni el día de Navidad podéis dejar la fiesta en paz. Vuestra madre os ha enseñado  a vivir en un melodrama continuo. Entonces oyó que su hermano, en tono manso, decía: Abuela, ha sido ella que está deseando que caiga la paja en el gazpacho para liarla, yo venia tan tranquilito y ella se ha puesto echa una fiera, su madre callaba. Carlota se dejó caer al suelo, las fuerzas me habían abandonado.
Su abuela dijo, pasad para dentro, que estas cosas no se pueden hablar en el portal, pasaron, la abuela subió a su casa, cogió la llave y cerro su puerta. Me dijo, vete para casa y espera en tu habitación a que venga tu padre.
Carlota llegó a su habitación, se escondió debajo de la mesa de dibujo técnico que estaba entre el armario y la ventana –los escondites eran los lugares más maravillosos a los que podía tener acceso-, se arropó con una manta y escuchando a su abuela cómo regañaba a su madre se fue quedando dormida. Hubo un momento en el que no sabía si estaba en este mundo o en otro mucho mejor. Soñó que un príncipe azul la amaba y la salvaba del monstruo, la llevaba muy lejos y la hacía descubrir emociones que nunca había imaginado, soñó que no volvía a ver al monstruo, que su madre no lloraba, que era feliz. Descubrió que había un mundo en su interior en donde podía sentir todas esas emociones –que seguramente procedieran del cielo-, edificó un mundo en el que me refugiaría cada vez que fuera necesario, en el que no existirían los monstruos, ni las abuelas que regañan, ni las familias que no tienen dinero, ni las baldosa  que suenen en el pasillo, ni la comida estropeada el día de Navidad….se quedó dormida. Eran las ocho  de la tarde cuando despertó,  se dirigió hacia el pasillo y contempló que su casa estaba desierta. El olor a  la cena de Navidad le recordó lo vivido. El olor a sopa de almendra invadía toda la casa, aunque con mezcla a lombarda. Buscó por todos las estancias y no había nadie, pensó que estarían en casa de la abuela, al llegar a la puerta se encontró con Fernando.
-Hola Fernando, ¿Dónde están todos? –le dijo esperando que le dijera, en casa de la abuela-
-Carlota, ¿De dónde sales?¿Dónde te habías metido? Te estamos buscando desde hace dos horas, papá ha ido al cuartelillo de la policía, Víctor te está buscando por casa de tus amigas. Mamá e Irene –su hermana dos años mayor, que había ido con Fernando a pedir el aguinaldo-, están en casa de la abuela. Mamá no para de llorar.
Fernando subió los escalones corriendo, de dos en dos, debía decírselo a mamá – debía informarla para que dejara de sufrir-.
-¡Mamá, Carlota está aquí, mamá, mamá!
Su madre salió del salón de la abuela, que empezó a regañar y a insultar a la niña. ¡Cállese madre!, no ve que los  niños están asustados Su madre la cogió de la mano y dijo: vamos hijos, es Nochebuena y  tenemos que cenar. Según bajamos por la escalera, llegaba su padre con su hermano Víctor,  su rostro denotaba toda la angustia posible, pero al verla, la cogió en brazos, la abrazo, la beso, y todos juntos nos fundimos en un abrazo, Carlota pensó, que su padre era su príncipe azul
Entraron en su casa y se sentaron a cenar, sin embargo ninguno quería cenar, ninguno quería hablar, ese fue el último día que vieron al monstruo. No obstante,  aunque siempre le hayan dicho que los cocodrilos de debajo de la cama no existen, y que los monstruos tampoco, todavía Carlota se despierta por las noches pensando que algún día vendrá y entonces se  acuerda de aquel  mundo que inventó en donde  todo era bello y hermoso. Después muchos años, otros monstruos han acechado a la niña frágil,  sin embargo ese fue el primero y no se le olvida.
Lola Lirola

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