miércoles, 30 de enero de 2013

REENCUENTRO EN LO MÁS RECÓNDITO

La sala se encontraba tenuemente iluminada. El hospital aún estaba bastante desierto a esa horas tan tempranas. Manuel pedía siempre ser el primero en recibir la quimioterapia, por dos razones: una, porque  no tendría que cruzarse con  nadie en las salas o en los pasillos del hospital, ¡no soportaba el victimismo!; y otra, porque así luego podía ir al trabajo sin faltar ni un día. Pero hoy se había levantado bastante jodido, era la primera vez desde que le detectaron la enfermedad que las ganas de llorar le atenazaban la garganta. Desde pequeño le habían dicho tantas veces “los niños no lloran” que, en sus 53 años de edad no recordaba cuando había derramado por última vez una lágrima, ni siquiera lloró cuando murió su madre, la mujer más importante en su vida. Pero hoy, se había levantado especialmente sensible…
De repente, alguien llegó. ¡Qué fastidio! –Pensó Manuel-  espero que no le de por hablar.
-Buenos días- dijo,  y se sentó enfrente de Manuel.
-Buenos días –dijo Manuel, sin prestar atención.

            El recién llegado  se sentó, era muy joven, llevaba unas chanclas, unos vaqueros lewis, una camiseta con el Che, y cubría su cabeza con un sombrero de paja muy estiloso, posiblemente porque había perdido el pelo por el tratamiento. Manuel había optado por no ocultarlo. Total, ya hacía mucho tiempo que mostraba una gran calva y se afeitaba por completo, algo que, según muchas mujeres, le hacía más atractivo. El joven se puso los cascos y parecía dormitar. A Manuel  le llamó la atención las chanclas, pensó que los jóvenes eran únicos, no sabían de etiquetas, ni protocolos. Algo había en esas chanclas que le atraían. Y ¡lo a gusto que se va en chanclas! –pensó-,  Manuel recordó sus años  de universitario en Madrid, él solía llevarlas, y el profesor de Derecho Romano solía decir: “aprovechad, que no volveréis a ponéroslas”. ¡Qué razón tenía!, desde que terminó la carrera, y  comenzó primero de aprendiz en el despacho de su tío, y más adelante abrió uno propio, luego aprobó la oposición a notario,  no había tenido la oportunidad de volver a ponerse unas chanclas. Pero el joven era todo un enigma para Manuel, los vaqueros amplios, el Che de la camiseta, el sombrero…había algo que imantaba su mirada, algo muy familiar. Manuel escudriñaba  al joven, y lo que más le sorprendía era que jamás había estado tan pendiente de nadie, su profesión le había puesto en la cúspide de la pirámide, en su trabajo era el jefe, en la ciudad era muy respetado, en su casa todo era lujo: la casa, los muebles, el coche, su mujer, su barrio, su club, todo era de élite. Hacía 25 años que había terminado la carrera, y había escalado tanto que nada tenía que ver con su vida anterior, él no tenía que estar pendiente de nadie.
…Sin embargo este joven le atraía…y sus chanclas….
            Manuel comenzó a recordar a su madre,  ¡la mejor madre del mundo! Hoy se había levantado con ella en el pensamiento, y tenía ganas de llorar. Su madre le miraba y sabía lo que pensaba, ¡era única! Sin embargo, con los años había aprendido a ocultar sus sentimientos, había olvidado todo lo que ella le había enseñado. Manolín: “somos pobres, pero limpios y honrados”, ¿a dónde había quedado eso?, pero la vida era: o pisas, o te pisan. ¿Qué pensaría su madre de su vida?, no lo tenía claro, pero  seguro que diría que esa vida no era buena, ella le miraría a los ojos y le diría: “Manolín, no eres feliz” –ese pensamiento se coló en su mente-. ¡Valiente tontería la felicidad! – Retiró el pensamiento de su mente, y en su lugar puso-,  pero soy rico, famoso, y respetado. Soy el  notario mejor valorado de la ciudad y de los más renombrados del país. He triunfado en la vida, lo tengo todo. Soy inteligente, culto, atractivo, moderadamente rico, estoy casado con una bella  mujer, y hemos tenido dos hijos muy inteligentes y guapos, vivimos en el mejor barrio de la ciudad. Cuando paseo con mi coche, todas las miradas se vuelven hacia mí. Puedo decir que mis padres pueden estar muy satisfechos de su hijo, no como otros ¡qué son unos fracasados!
            Manuel volvió a mirar al joven, éste seguía sumido en su música, tenía la música tan alta que pudo reconocerla, era  el álbum Abbey Road de The Beatles no podía olvidarlo, el verano que salió ese disco conoció a su mujer, y sonaba una y otra vez en su viejo tocadiscos. Posiblemente el chico estuviera más relajado escuchando música. “La próxima vez me traeré yo algo de música” –pensó Manuel-, puede ser agradable. ¿Qué sabrá este mocoso de los Beatles? , éste ha nacido  antes de ayer –pensó con bastante menosprecio hacia las nuevas generaciones-.
Sin embargo, algo había en él que le atraía y le transportaba hacia emociones perdidas, y cada vez tenía más ganas de llorar…
 Súbitamente,  dos lágrimas surcaron su rostro. No lo entendía, brotaban de sus ojos sin su permiso, y no podía dejar de llorar. Allí estaba solo, Manuel nunca había estado solo, el hombre fuerte, famoso, rico, culto, inteligente, con poder, con seguridad, con todo en la vida…y llorando. Y en frente estaba el joven frágil, desconocido, con un futuro inseguro…  tranquilo, escuchando  a los Beatles, ¡nada menos que a los Beatles!. Manuel pensó yo era así: divertido, espontáneo…
 …Con chanclas, escuchaba los Beatles, amaba la vida, amaba a mis hermanos, a mi madre, disfrutaba con una paella …estaba tranquilo y ¡era feliz!
¿En qué parte del camino, me había dejado eso? –Pensó, con el alma desolada-,  la tristeza inundó su corazón. En ese momento le llamaron para entrar a recibir el tratamiento. Estuvo aproximadamente una hora y media, tiempo durante el cual estuvo pensando profundamente. Una idea tomó fuerza en su pensamiento…
            Al salir, comprobó que el chico no estaba. Le preguntó a la enfermera por el joven de las chanclas. La enfermera le dijo: “cuando le he llamado, en la sala estaba usted solo….”.
            Manuel ese día no fue a trabajar, llamó a su despacho, anuló todas sus citas, solicitó la baja por enfermedad y se dirigió a su casa….Manuel nunca había observado que existía otra perspectiva distinta, esta mañana –por la razón que sea la había atisbado-, y estaba dispuesto a continuar descubriéndola….
LOLA LIROLA

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