martes, 31 de diciembre de 2013

SKYLINE

De nuevo, en la dulce aurora dominical,
su skyline me hurta el calorcito de tu amor.
¡Tengo celos de esa señora!
Que presenció nuestros primeros encuentros,
y hoy envidiosa, te aparta inexorablemente de nuestro tálamo.
¡Ay amor, entiendo que huyas de esta pajarera loca!,
Pero…¡Vuelve, que si nos dejan!
Pintaremos una acuarela dulce tan sublime

que olvidaremos el soporte gastado.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

GORRIONCILLA


Detrás del velo translúcido
que engalana una anónima estancia,
curioseo tu reconocida hermosura.
Abundante melena castaña, salpicada con pinceladas rojizas,
enmarcan tus ojos morunos
y tú cónica sonrisa.
Una diminuta apariencia que ilumina el paisaje del corazón,
En mi pajarera arrullé tu existencia,
pronto, distinguí que la grandeza de tu destino
era amiga inseparable de las dudas de tus circunstancias,
adherí tus alas con la firmeza del amor,
para que Bóreas no consiguiera arrancártelas.
Hoy contemplo que en la gélida noche hostil,
hinchas el plumaje buscando los impulsos del interior,
desoyendo al mundo que te confunde,
que te dice que tus alas son pequeñas,
desconocedores de la materia noble de la que fuiste creada,
pero…gorrioncilla despliega tus alas,
asiéntate en la corriente ascendente de los sueños,

y déjate transportan a lo más alto.

domingo, 15 de diciembre de 2013

AMOR

Llamaste a la puertita del corazón
en la albura de nuestras vidas,
ingenuos subimos a un tren
camino de tu encuentro.
¡Lo mejor no podía esperar!
Únicamente de ti decoramos nuestra pajarera,
pronto…dando calorcito al hogar de nuestra intimidad,
germinaron las flores de nuestro jardín,
originando una verbena emocional,
todas traían la huella de tus manos artesanas.
Oteo el tiempo pasado,
siempre has estado presente en el camino

¡El fundamento principal!

jueves, 14 de noviembre de 2013

JUEGO DE VOCABLOS

47 palabras resucitaron al ego adormecido,
profesando una liturgia ancestral.
Altivo liberó sospechas en el desván,
provocando una tempestad en mi corazón.
Instruida identifiqué su fragancia hiriente,
limpié la semántica de juicios,
Juego de vocablos.
Concentré mi energía en lo principal,
apareció la calma,

Llegó la paz.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

UN ERROR

Al anuncio de tu llegada,
un cataclismo sacudió la breve historia de mi tierna adultez,
una corriente helada acarició mi esencia,
ensombreció mis sueños,
la obscuridad anidó en mi.
¡No lo deseo!¡No anhelo lo que crece en mi!
Quiero extirpar ese momento,
Retroceder al instante anterior,
¡Acabar con todo!
La perspectiva se tornó amenazadora…
Los días pasaron sin ninguna evolución en mi ánimo.
La resignación despojó de su lugar a la desesperación.
Pero, era irremediable…
El momento llegó, era el principio de un resultado anunciado.
El aroma a tierra mojada presagiaba una gran tormenta,
los rayos concentraron su furia en mi seno,
mis jóvenes carnes sufrían el azote del padecimiento.
Unas bailaban su danza rutinaria y automática.
Yo, solo tenía que colaborar,
la maquinaria estaba en marcha.
Tú eras la encargada de orquestarnos a todas.
Por la gélida estancia pasaron las parcas siete veces,
juguetearon estrangulando el cordón umbilical en tu frágil cuellecito,
tu piel cerúlea delataba algo fatal,
apresuradamente las danzarinas te apartaron de mi sin ninguna cortesía,
quedé tendida tiritando, como una piltrafa, abandonada…
De repente todo cambió,
los nubarrones dieron paso a la luz,
una bailarina traía un bulto en su regazo,
la sonrisa de su mirada confirmaba mi seguridad.
Estabas allí, vencedora, triunfante, luchadora, decidida,
inexorable, elegida, amada, creada.
¡Única!
Tu indeleble sonrisa enamoró mi alma,
tu plenilunada carita sedujo mi memoria,
dos luceros verdes clavaron su rumbo en los míos,
tu aroma personal invadió mi intuición,
por la obertura identifiqué en ti algo divino,
comprendí, que otro había sido el error…
En donde hubo dudas se injertaron certezas,
donde hubo lágrimas, sonrisas.
Una enseñanza más,
para la reválida de la vida


lunes, 11 de noviembre de 2013

PALABRAS

¡Volad! osadas, arriesgadas, resueltas, comprometidas,
amadas, esperadas, ilusionadas, melancólicas, hirientes,
espontáneas, invasoras, veladas, independientes, sin juicio.
Nacéis ingenuas
de la quimera aventurada,
os abrís camino huyendo de la entelequia,
situándoos en el flujo creador,
rivalizando con vuestras adversarias,
aguardáis el momento propicio para conmover al artífice,
ganando así por deliberación.
Entonces,
retozando en un ritual tácito
que ilusiona el alma.
Una vez certeras,
os acopláis, configurando vuestro cosmos.
Después, en complicidad con las ondas,
deambuláis sin rumbo fijo,
buscando un alma afín,
atravesando juguetonas
el etéreo firmamento imaginario,
lejos de complejos infundados,
de pericias artificiosas
que aprueben su válido espíritu,
reposáis vuestro aliento en algún adepto,

revelando un mensaje.

sábado, 2 de noviembre de 2013

VALENTINA

Percibo tu ausencia en el álveo de mi fundamento,
intuyo la escasez de tu desahogo,
el alivio de tu entidad se ha desvanecido,
tu hálito ya no existe.
La distracción de mi intelecto
me llevó por atajos anestesiantes.
Mi altanera madurez exhortaba el silencioso camino,
debía resistir el odioso castigo impuesto por los hados,
¡se impuso la lucha de la prole!
Engalané el trayecto con algazara pueril,
satisfacciones fútiles,
carcajadas fastuosas…
No identifiqué la oquedad por la que aceleraba mi existencia.
Ahora busco la reliquia de tu fragancia,
las huellas que propicien nuestro encuentro,
mas no hallo ni las ascuas de ti.
Hostigo mis entrañas buscándote,
visito lugares en donde estuvimos,
absorbo el recuerdo más diminuto.
Solo tu ausencia encuentro,
tan solo una presencia liviana que no me satisface.
¿Dónde estás? ¿Por qué te dejé marchar?
¡Pensé que no te necesitaba!
Pero hoy…
Reclamo los ensoñadores ojos verdes que acariciaban mi alma,
Tu sonrisa amplia, esencia de tu rostro, que abrigaba mi aflicción,
el confortable regazo que acunaba mi angustia, que aquietaba mi espíritu,
la indudable paz de tu cobijo,
mi respiro justificado…
Pero hoy…
¡No estás! ¡ya nunca volverás!
Nadie puede reemplazarte.
¡Sola!...
El desierto se ha instalado en mi corazón.
La obscuridad será la amiga secreta
que me consuele en las largas vigilias que vendrán.
Construiré una sordina invisible que enmascare mi angustia.
Sofocaré la aflicción que socava mi interior.
Poco a poco…  moriré.


sábado, 26 de octubre de 2013

Él


Así tenía que ser.
Llegaste a mi.
Te escuché, me enamoré.
Imagino tus manos, tonificadas por el ejercicio,
acariciando mi cuerpo,
las mismas que extraen las notas
que me arrebatan en tu ensoñación,
esas que me acarician avivando recuerdos vislumbrados,
las agitas estimulando a los músicos
para que interpreten tu magia.
Tu mirada orgásmica que delata la genialidad de tu mente,
cautiva la ilusión de estar entre tus brazos,
de deshacerme contigo en mi imaginación.
Tu sonrisa cómplice junto con tus exclamaciones
provocan mi libídine
El sonido de tu música
lisonjea mis sentidos, incitándome a la pasión,
activa mi creatividad de una manera única, y especial.
convergemos en un lazo espiritual.

Llegamos juntos al arrobamiento.

miércoles, 24 de julio de 2013

¿Cuál de las dos soy?

            La Delegación de Hacienda estaba especialmente repleta de gente. Susana había tardado un buen rato en explicar al conserje qué gestión debía hacer,  la verdad es que éste no le había aclarado nada. Se sentó en una gran sala. Los que esperaban miraban hacia un panel electrónico que avisaba del número y el despacho a donde debían dirigirse a realizar su gestión.
–Hola Susana, ¿Qué haces aquí? – Le preguntó Elena, ambas se conocían desde el instituto-.
–¡Cuánto tiempo sin verte!, estoy aquí porque voy a hacerme autónoma…, pero esto lleva muchos papeleos –afirmo con expresión de cansancio –.
-¡Es genial, Susana!,  todo el país en crisis, y tú sigues adelante, ¡eres la leche!, ¡eres una triunfadora! Te casaste joven, has tenido muchos hijos, has estudiado una carrera, tienes un matrimonio de más de 25 años. Si alguien está predestinado para triunfar eres tú. ¡Eres una triunfadora! –Afirmó Elena con toda seguridad–.
            Antes de terminar la conversación, Susana ya había desconectado de su encuentro con  Elena. ¡Eres una triunfadora!... Había dicho. ¿Quién, yo? –se preguntó Susana con asombro-
Susana  tenía 45 años, y sí, había tenido hijos, había estudiado, estaba felizmente casada. Todo lo que hacía, aparentemente entrañaba éxito, pero ella no lo sentía así. Así se quedó en sus pensamientos. Su realidad era otra. Allí estaba intentando comenzar una empresa porque hacía más de dos años que estaba en paro, ya había dejado de percibir el subsidio de desempleo, y por más que había buscado un trabajo, nada había encontrado, y cómo solución se le había ocurrido  hacer una empresa para impartir clases particulares,… contrataría a un profesor de inglés y juntos formarían una gran empresa. Sin embargo, ella se sentía muy mal, no había ninguna ayuda oficial, por lo que lo primero que había hecho era gastarse los ahorros de la familia, ahorros de muchos años. ¡Todo eran pegas por parte de las instituciones! ¡Todo eran gastos! Ahora no sólo no aportaba dinero a la familia, sino que se había gastado los ahorros destinados a la universidad de sus hijos. Su marido le decía que todo iría bien, pero ella estaba desolada, el miedo se había apoderado de ella y le había sumido en un estado de desconfianza continuo. No sabía cómo le iría, pero una cosa tenía claro, ella no era una triunfadora. A su edad ya tenía que tener un trabajo fijo, con una rutina adquirida, con unos ingresos anuales, una estabilidad y allí estaba, sentada, esperando para que le explicasen qué hacer, una experiencia desconocida. Susana caminaba sobre arenas movedizas. Había un contraste entre sus sentimientos y la realidad que le mostraba Elena. Entonces pensó ¿cuál de las dos soy?
LOLA LIROLA

sábado, 20 de julio de 2013

LOS MONSTRUOS NO ESTÁN DEBAJO DE LA CAMA

LOS MONSTRUOS NO ESTÁN DEBAJO DE LA CAMA.
            En ese mismo instante Carlota comprendió que había encontrado una nueva manera de  imaginar la vida.  Se encontraba escondida debajo de un mueble del salón de su casa, una estancia que lucía tan sólo de adorno, pues nunca se utilizaba. Debajo de unos de los muebles de estilo Renacimiento Español, cuyas patas eran unas esculturas de figuras monstruosas. Sus manitas tapaban sus ojos, pensaba que si no los miraba, dejaría de sentir que éstos  clavaban sus ojos en ella. Era una situación muy angustiosa y no era la primera vez que sucedía, pero a ella no le preocupaba los seres inertes, ni el cocodrilo que según su hermana –dos años mayor que ella-, le decía que había debajo de la cama, éstos le daban miedo, pero nunca le habían atacado. En esos momentos  otros monstruos más reales acechaban muy cerca de ella.
            Ese día, Carlota estaba en su habitación jugando con la Nancy y los vestidos que su madre había confeccionado con retales –esta era una gran costurera y le había hecho los más bonitos vestidos, mucho más bellos que los que le regalaban a su amiga Cristina por su cumpleaños y Navidad-, cuando escucho que alguien sin mucho acierto intentaba abrir la puerta de su casa, su corazón se aceleró, era una señal inequívoca y asimilada de que todo iba a comenzar. Carlota guardó la Nancy y el armario con todos los vestidos –nada debía delatar que ella había estado jugando en la habitación-, y esperó sentada en la cama. Bien sabía ella, que el epicentro del terremoto se concentraría en la cocina, lugar en el que su madre estaba preparando la cena de Nochebuena. Todo comenzó cuando un portazo sonó tan fuerte que los cimientos de la casa se tambalearon, su madre salió asustada de la cocina y a voces pidiendo responsabilidades, como la casa estaba dispuesta a la larga, desde la cocina hasta la entrada había dos grandes pasillos que separaban al monstruo de la madre, pero ella no parecía tener miedo, y según se acercaba hacia él las voces eran cada vez mayores. El engendro  avanzó hacia ella y cada vez era más monstruo, Carlota se tapó los oídos, pero aún así escuchaba las voces de ambos. La niña pensaba que su madre, con sus voces,  lo atraía como el canto de las sirenas a Ulises. Se asomó por la rendija y vio que su madre, muy enfadada, discutía amenazante con él. Era su heroína, pensó Carlota, ¡no tenía miedo! Sin embargo,  en otros momentos  la había visto llorar, y en algunas ocasiones había visto las señales de la lucha en su rostro. Entonces la niña le preguntaba: -Mamá, que te pasa en el ojo, y ella  contestaba. Nada que tengo ojeras como tu abuelo. Pero, yo sabía que las ojeras no van cambiando de color según pasan los días.
            En el momento que se percató que estaban muy concentrados en su batalla, aprovechó y se dirigió hacia la salida de la casa, allí  estaba el salón  olvidado de la familia, los muebles que lo decoraban pertenecían al ajuar de su madre  cuando se casó –porque según decía su padre, ella era de familia bien-, allí Carlota había encontrado su espacio, en donde nadie la encontraba. Las voces parecían más amortiguadas, principalmente porque estaban lejos, pero se oyeron voces, golpes, platos rotos, la niña quería llorar pero nada debía delatarla, porque el monstruo sabía que el punto débil de la madre eran sus hijos y arremetería contra ella con tal de continuar su batalla.
Ella pensaba que el monstruo posiblemente viniera del mismo infierno por varios motivos: porque siempre que olía de esa manera comenzaba la batalla; porque en catequesis –Carlota estaba yendo a catequesis para hacer la comunión ese curso-, le habían dicho que en el cielo había ángeles y todo era felicidad y amor, y alguien que viniera del cielo sería rubio, guapo y con una sonrisa en sus labios, y este monstruo no parecía ni rubio, ni guapo, y mucho menos sonreía; y porque cada vez que venía traía un poquito de infierno a la casa.
En esa ocasión no había nadie en casa, sus dos hermanos inmediatamente mayores estaban pidiendo el aguinaldo –era el día 24 de diciembre y antes de la cena en familia se podía pedir el aguinaldo-, a ella no le había dejado ir su madre porque era pequeña, pero no era justo porque ellos vendrían con dinero para chuches. Su padre estaba en el bar, con sus amigos, le había dicho que se fuera con él, pero como la niña se constipaba con mucha facilidad, su madre dispuso que se quedara con ella, y aunque su padre había insistido para que la madre se quedara haciendo la cena, tranquila, no pudo ser. En sus alegatos argumentó que esta no daba ni pizca de guerra –en efecto, se pasaba las horas jugando sin requerir su atención-. Ya solo quedaba un hermano, el segundo que se había ido con sus amigos, él había estado todo el otoño en Madrid, era su primer año de universidad y cuando vino parecía más grande,  más guapo y más cariñoso. De toda la gran familia, solo quedaba la madre, el monstruo –que era el hermano el mayor-, y ella. Por lo que dedujo que toda la ira recaería sobre ella misma. Él nunca le había hecho nada, siempre estaba alguno más mayor que se interponía y la salvaba, pero en esta ocasión no estaba nadie, estaban  solas: la madre y Carlota.
Las voces se hicieron más fuertes, los golpes martilleaban sus oídos, y aunque se tapaba, con fuerza, no dejaba de oírlos, su madre gemía y de vez en cuando gritaba con voz queda –porque ante todo los vecinos no debían saber que su hijo mayor era un monstruo-, pero ella sabía lo que estaba pasando. De repente, sintió que iba habitación por habitación buscando a sus hermanos –quizá porque el monstruo reconocía a su madre, o quizá para hacerla daño en donde más le dolía-. Primero fue a la de su hermano Fernando – él se llevaba todas porque era muy madrero, y “a su madre ¡qué no se la toquen!-, después buscó en la de Víctor –a éste le tenía una inquina especial porque estaba en la universidad siendo menor que él-, Carlota notó como su enfado crecía cada vez más, y su frustración le llevaba a una furia aún más ruidosa. De pronto, notó que a su madre no se la oía, la niña intuyó como en la cocina la comida había continuado cocinándose, nadie había tomado el timón de la cena, y esta continuaba orquestándose sin nadie que la dirigiera, por un momento pensó en subir a avisar a la abuela, que vivía en el piso de arriba, pero recordó que su madre les había prohibido tajantemente contar nada nadie. Además, si se movía delataría el lugar de su escondite. Los pasos del monstruo se acercaban a su habitación, amenazantes. Este abrió la puerta, la cual encontró tope en el muro de adobe de un metro de ancho, y el efecto rebote hizo que él se tropezara, se tuvo que levantar y al ver que no había nadie, se dirigió a la puerta de salida –posiblemente pensó en huir-, si alguien llegaba y veía a su madre tirada en el suelo podría pensar que había sido un ladrón.  Entonces entró en la habitación de sus padres, abrió los armarios, los cajones de la cómoda y de las mesillas. Algo estaba buscando y al no encontrarlo, su desesperación iba en aumento. Yo les había oído hablar sobre dinero, el tema preferido de discordia. El registro en la habitación de sus padres duró mucho tiempo –o al menos eso es lo que a ella le pareció-, pero al ver que nada pudo encontrar, se dirigió a la puerta de salida. Carlota estaba esperando que cerrara la puerta para salir en busca de su madre y ver qué había pasado, no tardaría mucho, sólo tenía que esperar un poco más, se dijo a sí misma, aguanta Carlota, enseguida se irá, cuando la puerta del salón donde se encontraba se abrió. Aquí continúo la búsqueda, en los cajones, detrás de las fotos, dentro de los floreros, la desazón podía con su persona, dónde tendrían sus padres el dinero que con tanto afán él buscaba. Carlota, agazapada en el suelo, se puso a rezar, ya hacía tiempo que las oraciones le transportaban a un mundo más pacífico, sin tanta angustia, le pedía a Jesús, que había sido perseguido por Herodes que la protegiera. ¡Qué sería de ella, una niña pequeña en manos de un monstruo endemoniado!, y sin ningún hermano que intercediera, ni su padre que siempre la protegía de todos. En esos momentos de furia oyó las losetas sonoras del pasillo –en su casa estas se movían y creaban una música muy peculiar-, era su madre que había vuelto a la escena, primero la había buscado a ella por toda la casa, luego había apagado los fuegos de la cocina, allí estaban los alimentos para la cena de Navidad, muchos de ellos estropeados, lo que hizo que la madre se encorajinara aún más, se dirigió hacia donde estaba su hijo –el monstruo-, y le dijo: vete de esta casa y no vuelvas más, nos has arruinado la cena de Navidad, me has roto el jarrón de mi boda, me has roto el espejo de la cómoda –Carlota pensó, porqué se preocupa su madre por los objetos cuando ella tiene sangre en la cara-, y yo voy a morir sin  haber hecho la Primera Comunión-, su hermano no lloró , ni tuvo miedo. Se dirigió hacia ella, y la dijo esta casa es mía y la he pagado yo –nadie le había dicho a su hermano que éramos pobres y la casa era de la abuela, a la que pagábamos un alquiler que en muchas ocasiones había visto que era todo lo que traía papá de su trabajo-, así que la que se tiene que ir eres tú, y la dio un empujón que la sacó al portal. Ella sabía que su madre estaría pasándolo muy mal, porque le importaba mucho lo que dijeran los vecinos, y sobre todo la abuela que era su madre –aunque nunca lo pareció porque no se comportaba como una abuela-, y no conforme con  empujarla, seguía dándola voces. Su madre se fue hacía la escalera que daba a los trasteros, intentaba calmarle pero no lo conseguía, la levantaba la voz, la mano. Carlota salió de su escondite y cogió una escoba que había en una antigua portería. Cómo él se encontraba más abajo, y ella estaba arriba de las escaleras, esta levantó la escoba  y estaba decidida a darle con ella tal golpe que desde ese día se acabarían todas las batallas. Las piernas le empezaron a temblar, los dientes  le titilaban, las fuerzas le abandonaron. Su madre que vio la escena dejó caer dos lágrimas por su rostro, sus ojos denotaban tanto terror, seguro que en esos momentos ella estaba en el infierno también. Su hermano se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y se volvió hacia su hermana pequeña, su madre le sujeto: -corre Carlota, ves con la abuela, corre, corre….Ella no podía sujetarle. Su madre medía un metro cincuenta y él había salido a la familia de su padre y medía un metro ochenta. La niña salió corriendo, llorando hacia el primer piso donde vivía la abuela Faustina, llamó a la puerta sin fuerza, salió ella. ¿Qué te pasa Carlota?, qué escandalosos sois, siempre dando voces, así es como os ha educado vuestra madre. Carlota gritó que su hermano quería matar a su madre. La abuela bajo refunfuñando, ni el día de Navidad podéis dejar la fiesta en paz. Vuestra madre os ha enseñado  a vivir en un melodrama continuo. Entonces oyó que su hermano, en tono manso, decía: Abuela, ha sido ella que está deseando que caiga la paja en el gazpacho para liarla, yo venia tan tranquilito y ella se ha puesto echa una fiera, su madre callaba. Carlota se dejó caer al suelo, las fuerzas me habían abandonado.
Su abuela dijo, pasad para dentro, que estas cosas no se pueden hablar en el portal, pasaron, la abuela subió a su casa, cogió la llave y cerro su puerta. Me dijo, vete para casa y espera en tu habitación a que venga tu padre.
Carlota llegó a su habitación, se escondió debajo de la mesa de dibujo técnico que estaba entre el armario y la ventana –los escondites eran los lugares más maravillosos a los que podía tener acceso-, se arropó con una manta y escuchando a su abuela cómo regañaba a su madre se fue quedando dormida. Hubo un momento en el que no sabía si estaba en este mundo o en otro mucho mejor. Soñó que un príncipe azul la amaba y la salvaba del monstruo, la llevaba muy lejos y la hacía descubrir emociones que nunca había imaginado, soñó que no volvía a ver al monstruo, que su madre no lloraba, que era feliz. Descubrió que había un mundo en su interior en donde podía sentir todas esas emociones –que seguramente procedieran del cielo-, edificó un mundo en el que me refugiaría cada vez que fuera necesario, en el que no existirían los monstruos, ni las abuelas que regañan, ni las familias que no tienen dinero, ni las baldosa  que suenen en el pasillo, ni la comida estropeada el día de Navidad….se quedó dormida. Eran las ocho  de la tarde cuando despertó,  se dirigió hacia el pasillo y contempló que su casa estaba desierta. El olor a  la cena de Navidad le recordó lo vivido. El olor a sopa de almendra invadía toda la casa, aunque con mezcla a lombarda. Buscó por todos las estancias y no había nadie, pensó que estarían en casa de la abuela, al llegar a la puerta se encontró con Fernando.
-Hola Fernando, ¿Dónde están todos? –le dijo esperando que le dijera, en casa de la abuela-
-Carlota, ¿De dónde sales?¿Dónde te habías metido? Te estamos buscando desde hace dos horas, papá ha ido al cuartelillo de la policía, Víctor te está buscando por casa de tus amigas. Mamá e Irene –su hermana dos años mayor, que había ido con Fernando a pedir el aguinaldo-, están en casa de la abuela. Mamá no para de llorar.
Fernando subió los escalones corriendo, de dos en dos, debía decírselo a mamá – debía informarla para que dejara de sufrir-.
-¡Mamá, Carlota está aquí, mamá, mamá!
Su madre salió del salón de la abuela, que empezó a regañar y a insultar a la niña. ¡Cállese madre!, no ve que los  niños están asustados Su madre la cogió de la mano y dijo: vamos hijos, es Nochebuena y  tenemos que cenar. Según bajamos por la escalera, llegaba su padre con su hermano Víctor,  su rostro denotaba toda la angustia posible, pero al verla, la cogió en brazos, la abrazo, la beso, y todos juntos nos fundimos en un abrazo, Carlota pensó, que su padre era su príncipe azul
Entraron en su casa y se sentaron a cenar, sin embargo ninguno quería cenar, ninguno quería hablar, ese fue el último día que vieron al monstruo. No obstante,  aunque siempre le hayan dicho que los cocodrilos de debajo de la cama no existen, y que los monstruos tampoco, todavía Carlota se despierta por las noches pensando que algún día vendrá y entonces se  acuerda de aquel  mundo que inventó en donde  todo era bello y hermoso. Después muchos años, otros monstruos han acechado a la niña frágil,  sin embargo ese fue el primero y no se le olvida.
Lola Lirola

sábado, 13 de julio de 2013

EL EMBELESO DE LAS DAMAS

,“Ta mère m'a demandé de te découvrir les secrets les plus mystérieux du lit nuptial et de t'apprendre ce que tu dois être avec ton mari, ce que ton mari sera aussi, touchant ces petites choses pour lesquelles s'enflamment si fort les hommes. Cette nuit, pour que je puisse t'endoctriner sur tout d'une langue plus libre, nous coucherons ensemble dans mon lit, dont je voudrais pouvoir dire qu'il aura été la plus douce lice de Vénus”[1]         
CHORIER, Nicolás, Aloisiæ Sigeæ, Toletanæ, Satyra sotadica de arcanis amoris et Veneris


EL EMBELESO  DE LAS  DAMAS


A las mujeres nos gusta, querida Luisa[2], que el hombre esté bien limpio, que sus manos y sus uñas no muestren la rudeza de su trabajo, que al acercarnos a ellos no huelan a pocilga, sino que su aliento  se encuentre más cerca de las hojas de menta, que al trasero de un asno. Que sus cabellos se hallen ordenados y limpios; Que sus ojos expresen la felicidad del que está con la más bella flor -aquí, pequeña Luisa, hay que prestar mucha atención-, cuando a un hombre se le borra esa expresión, es porque ya no está enamorado de ti, y a las mujeres nos vuelve loca, que el hombre te trate como a una copa de cristal que puede romperse en cualquier momento. Nos gusta sentirnos amadas, queridas,  deseadas, aunque los años, los hijos y los trabajos, hayan maltratado nuestro cuerpo. En las artes amatorias, no es tan importante el cuerpo como las miradas de dos almas que se unen, la unión de dos personas que se aman, que dejan atrás los problemas individuales, y se unen  olvidando el tiempo, el espacio, las clases sociales; eso, niña, ¡es lo más hermoso!.
-Cuéntame Francesca, cuéntame –dijo Luisa ávida de información-.
-Cuando conocí a mi marido, éramos unos niños, nuestro matrimonio fue pactado por nuestros padres, luego hubo el beneplácito por parte del buen señor –tu padre-. Cuando nos casamos, ya habíamos yacido juntos y, para mí, no había emoción en la cama. Sin embargo -esto que te voy a contar, no quiero que salga de nosotras, pequeña, si mi marido supiese…., ya le conoces, ¡es un animal!-. Cuando vivíamos en Toledo –en el palacio de los señores don Juan Padilla y doña María Pacheco-,  llegaron unos soldados –eran unos mensajeros que traían noticias del levantamiento de las Comunidades-. Doña María nos dijo que les sirviéramos agua y algo de comer, y  en un descuido, derramé la sopa encima de un soldado, enseguida le limpié, él me cogió la mano y… algo recorrió todo mi cuerpo, el flechazo fue automático, el tiempo se paró, todo lo que nos rodeaba desapareció, como sí nos quedáramos solos, él y yo. En mi vida había sentido nada igual, mi cuerpo fue recorrido por un escalofrío que erizó hasta el rincón más secreto de mi piel. Él tuvo que sentir lo mismo, porque su mirada se clavó en mis pupilas, y comenzó a ver a través de mi alma. Yo me sentí vulnerable, pensé que alguien podría ver mis pensamientos, y salí corriendo hacia la cocina, allí permanecí.  Al momento, le veo que entra en la cocina –mi aturdimiento fue algo que se veía a simple vista, menos mal que en ese momento no había nadie allí-.
-¿Cómo tengo  el honor de llamar a tan bella dama? –yo tenía veinte años, y mi juventud era patente, él tenía alguno más, no muchos, pero los suficientes para ver que era mayor que yo-
-Francesca, señor –yo, entre los militares,  no distinguía el rango y no sabía si era capitán o alférez, o qué grado tenía aquel hombre tan interesante-.
-Llámadme señor, sólo si soy su señor, sino llamadme Manuel,  –yo me ruboricé al instante-, llevo años soñando con usted, con su piel, con lo que hemos sentido al rozar nuestras manos. Mañana me voy a la guerra, posiblemente no vuelva, se que no le puedo pedir nada, pero desde que la he visto he comprendido que era la mujer de mi vida. Ha  sentido  lo mismo que yo, lo he podido comprobar, ¡déjeme  pasear con usted, esta tarde,  por la ribera del Tajo! –Manuel, quedó expectante. Miró hacia la puerta urgiendo una respuesta, ya que en cualquier momento podía entrar alguien y vernos hablando, todo serían sospechas-.
-De acuerdo, esta tarde en el baño de la Cava a las  cuatro –le dije para que se fuera y el peligro cediera. Sin embargo, había una fuerza que nacía de mi interior que me llevaba, incluso, a plantearme asistir a esa cita.
            Pasé  toda la mañana despistada, mis pensamientos eran contradictorios: por una parte estaba casada desde hacía tres años; sin embargo, yo tenía un matrimonio sin hijos, un marido tosco, y carente de sensibilidad, que había hecho que mi vida fuera monótona y sin interés; yo  sabía que era bella, que mi cuerpo todavía firme, anhelaba ser deseado y amado. Con mi marido, jamás había sentido esa sensación, que en un minuto había experimentado con él –Manuel, Francesca pronunció el nombre con tono de enamorada-.
            Sin saber qué fuerza me atraía, busqué una estratagema para poder escaparme de mis obligaciones sin levantar sospechas. Ese día me engalané especialmente, como cuando iba a misa por Pascua de Resurrección. Mi mente quería engañarme, pero mis actos decían todo lo contrario. Me acerqué hacía el lugar citado, durante todo el camino acudieron muchos  miedos, temía que no acudiera. En varias ocasiones volví sobre mis pasos. Mil preguntas acudían a mi mente, y ¿si no viene?, y ¿si me ve alguien?…pero continué, cuando llegue al puente le vi, estaba esperándome, la bajada al baño de la Cava era difícil y esperaba para ayudarme. Miré en rededor y nadie había, era junio, y al calor de la siesta todos buscaban el refugio de sus casas. Nuestras miradas se encontraron, ambos sabíamos que había una fuerza que nos empujaba a amarnos.
-Hola, tengo que decirle que….-él me tapó la boca-
-No hable mi bella dama, dejemos nuestros secretos escondidos –me tomó de la mano y me llevó a la ribera del río, seguro que él también tenía cosas que ocultar-
Allí en seguida notamos la frescura de la vegetación, nos sentamos al pie de un sauce como  cómplice de nuestro amor. Manuel me miraba con unos profundos ojos negros, y una mirada que observaba mis ojos, mis labios, mi piel. Yo la percibía palpando cada centímetro de mi cuerpo –una experiencia que nunca había intuido.  Sin mucha espera  nuestros cuerpos se acercaron buscando la misma  experiencia que habíamos sentido por la mañana, no tardó en llegar. Nuestros labios se unieron –Manuel había tomado menta, al igual que yo, por lo que ambos ratificábamos nuestra afirmación tácita-, la emoción se disparó a  sensaciones sorprendentes, Manuel sintió confirmada su intención, por lo que comenzamos a amarnos sin ningún reparo.
-Luisa, en mi vida me habían amado así –su interlocutora estaba callada, no hablaba por no interrumpir-.
            Comenzó a besarme delicadamente, la yema de sus dedos acariciaba mi tez, besó mi cuello, mi cara, mis labios, mis ojos; sus brazos me asían fuertemente, yo los sentía musculosos y fuertes. Note un aroma especial -se había perfumado. ¡Qué delicadeza!-, jamás había degustado nada igual. Noté cómo mis pechos turgentes se erizaron de placer, mi cuerpo pedía el suyo; él se descamisó, dejó su pecho fuerte al descubierto, su  aroma y sus caricias  nublaron mis sentidos; retiré mi vestido, quedé en paños menores, la fina tela de lino trasparentaba mis pechos que se encontraban repletos, firmes. En la aproximación sentí, en mi muslo, que en él todo era firme y fuerte, lo que aumentaba mi excitación. Se tomó su tiempo para  acariciarme, besarme, susurrarme cosas lindas, cosas que nunca nadie me había dicho; mi cuerpo buscaba su tacto, mi piel quería su piel; me desnudé –algo que no había hecho con mi marido en la vida-, sentí mi cuerpo más bello que nunca, el lo admiró de tal manera que me creí la mujer más bella del mundo, tomó mis pechos entre sus manos con tal delicadeza, los besó, bebió mi  juventud como nunca la habían bebido, acarició mis caderas, mis muslos, mi cintura. Mi cuerpo pedía más, pero él con toda pausa observaba los reflejos del río en mi cuerpo, besaba una y otra vez mi cuerpo, sin prisas; aunque yo, instruida a una penetración rápida a la que me había acostumbrado mi marido, quería que consumara; sin embargo, él no tenía ninguna prisa, acariciaba, besaba y yo me dejaba, enajenada del tiempo y del espacio, mi cuerpo se dejaba hacer lo que fuera, totalmente desnudo  necesitaba más. Entonces él besó  mi intimidad -di un respingo-, pues nadie me  había besado ahí, algo había oído, pero nunca lo había experimentado; él me tranquilizó, después llegó algo fuera de lo normal, la excitación fue en aumento, yo quería que hiciera lo que todo hombre hace con una mujer, pero él parecía que no quería terminar. Él continúo, de repente noté cómo una sensación, jamás sentida, que invadió mi intimidad, un sofoco continuo me hacía jadear, mi piel quedó tan vulnerable que le aparté de mí de golpe, él se rió –posiblemente conocía esa  reacción de otra mujer-, no pude evitar besarle entero, intentando dar tiempo a que esa sensación pasase. Poco a poco se fue apagando, y cuando consideró preciso  continúo, nuestros ojos se miraba buscado aprobación, placer y aceptación. Una vez que hubo pasado esa sensación en mi piel, continúo besándome, entonces desabroché su pantalón,  él colaboró desnudándose. ¡Qué cuerpo tan bien hecho!, ¡qué anatomía tan erecta y perfecta!,  -me sorprendí pensando en el miembro de un hombre sin sentir nauseas-, note su virilidad; con su fricción, un cosquilleo recorrió todo mi cuerpo,  necesitaba que continuara, pero él dilató lo inesperado, sabía que  todo debía llevar un ritmo más lento. Volvió a besar mi cuerpo, yo necesitaba más, y más, y él no quería dármelo,  -¿que ocurría?, iba a volverme loca- volvió a besar mi intimidad, su lengua bebía el manjar deleitoso de mi excitación, la sensación regresó otra vez, mis pechos turgentes eran acariciados con sus manos a la vez que su lengua viajaba nerviosa por mi intimidad, pero, cuanto más quería yo, más lo dilataba él. De nuevo sentí me  morir, ¿porqué paraba?,  ¿porqué concentraba su atención  en otro punto? De repente se paró, me pidió permiso con su mirada, -no hacía falta, de sobra sabía que lo tenía-,   nuestros miembros, como si se conocieran de toda la vida hicieron las delicias de los dos, yo sentía mi sangre rápidamente viajar de un lado a otro, deteniéndose  por todo mi cuerpo, rozaban su pecho firme, él con un ritmo lento fue esperando una y otra vez, hasta que llegó la nueva sensación de antes, entonces noté cómo su miembro creció y a la vez que me llegó la sacudida a mí, le llegaba a él, el placer aumentó de tal manera que tenía ganas de gritar, le agarré y apreté su cadera hacia mi, el estremecimiento fue escandaloso, los dos, locos de placer gemimos y nos besamos, la locura invadió nuestro entendimiento, hasta llegar a la máxima excitación…después nuestros cuerpos quedaron lasos, ¿qué había ocurrido?, ¿qué había sentido?, algo extraordinario, único.
-Nunca mejor dicho, porque no la he vuelto a sentir nunca más –miro a Luisa que estaba ruborizada a su lado-
-¡Ay Dios mío, qué explícita eres! gracias Francesca, me estás siendo de mucha ayuda; intentaré no dar pistas ni detalles tan escabrosos como los que tú me has dado a mí.  Mi libro pretende ser un manual del ars amatoria, pero no te creas que me has escandalizado, ya he leído a Aristófanes, a Catulo, a Juvenal, a Marcial…etc., a todos los clásicos.
-Nada como la experiencia, mi querida Luisa, -las dos mujeres rieron, Francesca quedó pensativa-.

Lola Lirola



[1] CHORIER, Nicolás, Aloisiæ Sigeæ, Toletanæ, Satyra sotadica de arcanis amoris et Veneris: “…Tu madre me ha pedido que te descubra los secretos más misteriosos del lecho nupcial y que te enseñe lo que deberás ser con tu marido, lo que tu maridó también será, tocando esas pequeñas cosas por las que se encienden tanto los hombres. Esta noche, para que pueda adoctrinarte sobre todo con una lengua más libre, nos acostaremos juntas en mi cama, de la que me gustaría decir que será la palestra más dulce de Venus…”
[2] Luisa Sigeo de Velasco, a pesar de haber nacido en Tarancón (Cuenca), había pasado toda su vida en el reino luso, ya que su padre acompañó a doña María Pacheco en su exilio, cuando doña María, esposa de Juan de Padilla - el cabecilla comunero ejecutado en Villalar en 1521-, salió huyendo de España y encontró refugio en Portugal, llevó consigo algunos servidores, que permanecieron en ese país, como el padre de Luisa.  Ésta era una mujer políglota, poetisa, filósofa, y culta, y estuvo desde 1543-1552  -año en que se caso-, como  dama de la infanta María -hija de Manuel I “el afortunado” y  de su tercera esposa Leonor de Austria, hermana de Carlos V-.  Allí coincidieron las hermanas Sigea con algunas de las mujeres cultas más conocidas del momento, como Joana Vaz y Paula de Vicente, hija del dramaturgo.

viernes, 12 de julio de 2013

VINCENTE

Susurré tu nombre y el viento lo trasladó,
detallé tu ser que le acompañó
a algún lugar, no se bien dónde.
-Que me quiera-, establecí como premisa.
Que siempre me quiera, que me acoja en su pecho,
Que me ame por mí misma, que me vea hermosa.
-Que me quiera-.
Mi deseo sería cumplido:
¿Y la lista preguntaron?
Ninguna, -que la quiera-.
Nunca había sido tan corta, ¡qué pocas explicaciones!
Pronto se torno difícil, -un hombre que la quiera-,
indagaron, rebuscaron, preguntaron ¡qué difícil!
¿Dónde podemos encontrar un hombre que la quiera?
Muchos fueron los que se presentaron,
Sólo él “el vencedor”.
¿Qué tiene él, pregunté?:
Que te quiere.
¿Nada más? Repuse rápidamente.
Eso fue lo que pediste, tu premisa se ha cumplido.


miércoles, 10 de julio de 2013

MI ESCULTOR

Con una inefable intención fuiste engendrado:
cincelarme,  modelarme, esculpirme y tallarme.
En un principio, te fue necesario hechizarme,
fomentado  por la potencia del hado.

Emprendiste tú, rápido, la obra fundamento:
usurpaste mi ego del desperdicio,
lo pretérito era  desaparición,
preparaste, corregiste  mi conocimiento.

Me amaste hasta el extremo del precipicio.
Tú me educaste en el amor, con mucha ciencia,
con tu ejemplo me instruiste en el camino.
 De una masa informe  creaste lo que soy.

Con una inefable intención fuiste engendrado:
cincelarme,  modelarme, esculpirme y tallarme.
En un principio, te fue necesario hechizarme,
fomentado  por la potencia del hado.

Nunca dudaste de la obra de tus manos,
me intuiste anticipadamente,
incluso antes que yo misma,
siempre supiste cual sería el resultado.

Sin embargo, siempre inconclusa,
me tocas y retocas buscando mi perfección.
Yo disfruto con tus manos en mí,
porque empiezo a intuir que yo seré tu obra.

Con una inefable intención fuiste engendrado:
cincelarme,  modelarme, esculpirme y tallarme.
En un principio, te fue necesario hechizarme,
fomentado  por la potencia del hado.








sábado, 9 de febrero de 2013

Mi unión con el Universo

PIEDRAS, MUJERES
                                              Y PALABRAS


                                                                   ARTE EFÍMERO DE LUIS PABLO 20112


                                                                                              con textos de "once mujeres"



-Oye, ¡mira!, ¿qué es esto?
-Un conjunto de piedras, colocadas una encima de otra. Estas piedras las ponían  los viajeros en los caminos para ir guiando al que pasaba por ellos, sobre todo en montaña, para indicar la vía a seguir.
-O sea, que te indican un camino. ¿Verdad?
-Más o menos.
-Pero, ¿un camino a dónde?
-Pues,  es un sistema de comunicación en donde el emisor y  receptor conocen el código empleado, por lo que ambos conocen ese lugar a dónde nos lleva.
-Muy interesante.
-Además, personalmente creo que en la Naturaleza no existe nada sin una explicación, por lo tanto respecto todo lo que hay en Ella.
-Veo, que comienzas a elevar la conversación según tu costumbre, que de una simple observación siempre terminas con tus conexiones mentales.
-Así es, todo tiene una explicación, en el Universo lo que existe es el conjunto de un todo, y la parte no puede existir sin el todo. Fíjate: mis padres no quisieron tenerme, ellos me han dicho siempre que yo vine al mundo sin que ellos quisieran,  soy la quinta de cinco hermanos. Sin embargo,  a mi me gusta pensar que alguien deseaba que yo viniese al mundo.
-Bueno, pues  yo creo que todo el mundo ha venido al mundo porque sus padres han querido. Vamos, todos, menos tú.
-No, lo que quiero decir es que en el Universo nada sucede sin una razón.  En Él  concurre un equilibrio constante y hasta lo más nimio tiene su razón de existir. Lo que sucede es que hay veces que no sabemos cuál es la razón. Porque  recibimos información  en la medida en que conocemos y participamos de ese Universo. Así es que, sí nuestro conocimiento es pequeño llegaremos a conclusiones pequeñas, pero si nuestro conocimiento es grande, llegaremos a una gran sabiduría y nuestros actos serán coherentes con nuestro conocimiento.
-Estoy totalmente de acuerdo contigo, ya sabes que soy una persona que leo mucho, oigo las noticias a menudo, escucho la sabiduría de mis mayores, en general intento cultivarme. Si, pero me gustaría saber, ¿qué tiene que ver esto con unas piedras?, ya te he dicho que son un hito en el camino.
-Te lo voy a contar, querido amigo: Yo antes vivía inmersa en un millón de quehaceres, trabajo, casa,  hijos, marido, padres,  amigos, lecturas…, era una mujer que tenía que abarcar todo, y siempre con una sonrisa en la boca, la razón era muy clara: “porque alegraba la vida a los demás”, era lo que se esperaba de mí. Un día no podía más, mi subconsciente me jugó una mala pasada, comencé a somatizar todo lo que moraba en mi subconsciente y enfermé. De pronto estaba sola, pasaron los días, las semanas, los meses, y seguía sola, todos los que me rodeaba solicitaban de mi: sonrisa, eficacia, amor, risas, sabiduría…, pero estaba enferma y me sentía sola, sola, sola……nadie sabía que yo estaba ahí, enferma y sola. Un día me dije: “Lola, ¡qué no vas a tener tú una solución para esto!, en peores  aprietos te has visto y siempre has salido adelante”. Comencé a leer, todo me hablaba de: “vivir el presente”, “el secreto está en concentrarse en el momento que estás viviendo”, “si quiero amar a los demás debo empezar por mi misma”…., y así frases, dichos, consejos, muy buenos todos, pero ninguno me llevaba a buen puerto. De pronto un día estaba buscando cómo cambiar aquí, cómo mejorar allí, como conseguir esto…., y en mi angustia por dar con la solución,  me quedé en silencio, me relajé, no sentía mi cuerpo, mi mente no pensaba en nada, ni en el trabajo, ni en casa, ni en hijos, ni en mí…etc. Me abandoné, me vacié,  me dejé llevar, comencé un viaje a ninguna parte, -sin prisa, sin metas, sin fingir que soy alguien, sin llorar, sin amar, sin sufrir, sin pensar, sin ser perfecta.-, solos el camino y yo, un camino que no se parecía a ningún  camino que yo había transitado, estaba ahí, y de pronto me abandoné,  dejé que entrara en mi información que jamás hubiera  permitido, aparté mi mayor obstáculo, yo misma, mi ego, le  prohibí la entrada a mi propio interior, y mi yo, ¡descansó!, levanté una tienda de campaña y me mudé allí. La tienda vagaba etérea por el Universo, entré en unión con Él, y allí nadie me solicitaba una sonrisa, pero yo erraba sonriendo sin prisa, sin metas, sin fingir, sin llorar, sin amar, sin sufrir, sin pensar…. De pronto llegaron a mi los sentimiento, la emoción, la empatía, comencé a sentir la Naturaleza y a mi como un todo con Ella. Luego el ritmo plástico del espacio se me antojó poesía pura y la poesía consistía en ver la armonía perfecta de los astros que interpretaban una melodía perfecta para mi. Y yo en medio de esta melodía lo tocaba todo, lo pisaba todo, sin que mi cuerpo pesara, ni que mis ojos dolieran, sin que mi rabia saliera y arrugara mi rostro, sin que el ansia hiciera opaca mi mirada. Y me acordé del cuento de pulgarcito que me contaba mi madre, y comencé a dejar miguitas  de pan, para poder volver a ese lugar maravilloso. Otro día regresé, ¡fui capaz de volver!, y las miguitas no estaban, seguro que, ¡alguien me las había quitado!, ¡qué rabia! Siempre que encuentro algo que me gusta, tengo que negarme a ello. Pero, de pronto,  me fijé, allí había una piedra, allí otra, más allá otra, y me dije esta vez nadie me va a borrar el camino. Busque de nuevo el lugar y lo encontré, me costó mucho más que la primera vez, pero lo encontré y allí dejé unas cuantas piedras y fui dejando otras para encontrar el camino. Y pensé: “y si alguien pasa y me quita las piedras”. Bueno, podrían mover una, o dos, o tres, pero no todas. Y así fue, cuando volví encontraba mi camino, las piedras no están en el camino por casualidad, en el Universo todo lo que existe es por una razón y todos los caminantes del Universo son respetuosos, ninguno mueve las piedras, porque saben que están ahí por una razón. Un día almacené una cuantas para señalar mi lugar preferido y me senté a su lado, ese era “Mi Lugar”. allí experimenté sensaciones que jamás habían paseado por mi yo, fluyeron palabras que nunca pensé que  yo podría pronunciar, sentí olores que jamás se han nombrado, gusté de sabores nunca inventados, disfruté de placeres únicos. Me gustó tanto que amontoné más piedras en ese lugar, sería mi lugar preferido. Luego he vuelto muchas veces a ese lugar, y allí  continúo sintiendo, dialogando, oliendo, gustando, gozando. Las piedras son la antena que unen  mi yo con el Universo. Durante un tiempo el Universo y mi yo están en la misma sintonía, están en la misma frecuencia. Yo soy Universo y el Universo soy yo, en ese momento no hay diferencia entre yo y el Universo.

Lola Lirola

miércoles, 30 de enero de 2013

REENCUENTRO EN LO MÁS RECÓNDITO

La sala se encontraba tenuemente iluminada. El hospital aún estaba bastante desierto a esa horas tan tempranas. Manuel pedía siempre ser el primero en recibir la quimioterapia, por dos razones: una, porque  no tendría que cruzarse con  nadie en las salas o en los pasillos del hospital, ¡no soportaba el victimismo!; y otra, porque así luego podía ir al trabajo sin faltar ni un día. Pero hoy se había levantado bastante jodido, era la primera vez desde que le detectaron la enfermedad que las ganas de llorar le atenazaban la garganta. Desde pequeño le habían dicho tantas veces “los niños no lloran” que, en sus 53 años de edad no recordaba cuando había derramado por última vez una lágrima, ni siquiera lloró cuando murió su madre, la mujer más importante en su vida. Pero hoy, se había levantado especialmente sensible…
De repente, alguien llegó. ¡Qué fastidio! –Pensó Manuel-  espero que no le de por hablar.
-Buenos días- dijo,  y se sentó enfrente de Manuel.
-Buenos días –dijo Manuel, sin prestar atención.

            El recién llegado  se sentó, era muy joven, llevaba unas chanclas, unos vaqueros lewis, una camiseta con el Che, y cubría su cabeza con un sombrero de paja muy estiloso, posiblemente porque había perdido el pelo por el tratamiento. Manuel había optado por no ocultarlo. Total, ya hacía mucho tiempo que mostraba una gran calva y se afeitaba por completo, algo que, según muchas mujeres, le hacía más atractivo. El joven se puso los cascos y parecía dormitar. A Manuel  le llamó la atención las chanclas, pensó que los jóvenes eran únicos, no sabían de etiquetas, ni protocolos. Algo había en esas chanclas que le atraían. Y ¡lo a gusto que se va en chanclas! –pensó-,  Manuel recordó sus años  de universitario en Madrid, él solía llevarlas, y el profesor de Derecho Romano solía decir: “aprovechad, que no volveréis a ponéroslas”. ¡Qué razón tenía!, desde que terminó la carrera, y  comenzó primero de aprendiz en el despacho de su tío, y más adelante abrió uno propio, luego aprobó la oposición a notario,  no había tenido la oportunidad de volver a ponerse unas chanclas. Pero el joven era todo un enigma para Manuel, los vaqueros amplios, el Che de la camiseta, el sombrero…había algo que imantaba su mirada, algo muy familiar. Manuel escudriñaba  al joven, y lo que más le sorprendía era que jamás había estado tan pendiente de nadie, su profesión le había puesto en la cúspide de la pirámide, en su trabajo era el jefe, en la ciudad era muy respetado, en su casa todo era lujo: la casa, los muebles, el coche, su mujer, su barrio, su club, todo era de élite. Hacía 25 años que había terminado la carrera, y había escalado tanto que nada tenía que ver con su vida anterior, él no tenía que estar pendiente de nadie.
…Sin embargo este joven le atraía…y sus chanclas….
            Manuel comenzó a recordar a su madre,  ¡la mejor madre del mundo! Hoy se había levantado con ella en el pensamiento, y tenía ganas de llorar. Su madre le miraba y sabía lo que pensaba, ¡era única! Sin embargo, con los años había aprendido a ocultar sus sentimientos, había olvidado todo lo que ella le había enseñado. Manolín: “somos pobres, pero limpios y honrados”, ¿a dónde había quedado eso?, pero la vida era: o pisas, o te pisan. ¿Qué pensaría su madre de su vida?, no lo tenía claro, pero  seguro que diría que esa vida no era buena, ella le miraría a los ojos y le diría: “Manolín, no eres feliz” –ese pensamiento se coló en su mente-. ¡Valiente tontería la felicidad! – Retiró el pensamiento de su mente, y en su lugar puso-,  pero soy rico, famoso, y respetado. Soy el  notario mejor valorado de la ciudad y de los más renombrados del país. He triunfado en la vida, lo tengo todo. Soy inteligente, culto, atractivo, moderadamente rico, estoy casado con una bella  mujer, y hemos tenido dos hijos muy inteligentes y guapos, vivimos en el mejor barrio de la ciudad. Cuando paseo con mi coche, todas las miradas se vuelven hacia mí. Puedo decir que mis padres pueden estar muy satisfechos de su hijo, no como otros ¡qué son unos fracasados!
            Manuel volvió a mirar al joven, éste seguía sumido en su música, tenía la música tan alta que pudo reconocerla, era  el álbum Abbey Road de The Beatles no podía olvidarlo, el verano que salió ese disco conoció a su mujer, y sonaba una y otra vez en su viejo tocadiscos. Posiblemente el chico estuviera más relajado escuchando música. “La próxima vez me traeré yo algo de música” –pensó Manuel-, puede ser agradable. ¿Qué sabrá este mocoso de los Beatles? , éste ha nacido  antes de ayer –pensó con bastante menosprecio hacia las nuevas generaciones-.
Sin embargo, algo había en él que le atraía y le transportaba hacia emociones perdidas, y cada vez tenía más ganas de llorar…
 Súbitamente,  dos lágrimas surcaron su rostro. No lo entendía, brotaban de sus ojos sin su permiso, y no podía dejar de llorar. Allí estaba solo, Manuel nunca había estado solo, el hombre fuerte, famoso, rico, culto, inteligente, con poder, con seguridad, con todo en la vida…y llorando. Y en frente estaba el joven frágil, desconocido, con un futuro inseguro…  tranquilo, escuchando  a los Beatles, ¡nada menos que a los Beatles!. Manuel pensó yo era así: divertido, espontáneo…
 …Con chanclas, escuchaba los Beatles, amaba la vida, amaba a mis hermanos, a mi madre, disfrutaba con una paella …estaba tranquilo y ¡era feliz!
¿En qué parte del camino, me había dejado eso? –Pensó, con el alma desolada-,  la tristeza inundó su corazón. En ese momento le llamaron para entrar a recibir el tratamiento. Estuvo aproximadamente una hora y media, tiempo durante el cual estuvo pensando profundamente. Una idea tomó fuerza en su pensamiento…
            Al salir, comprobó que el chico no estaba. Le preguntó a la enfermera por el joven de las chanclas. La enfermera le dijo: “cuando le he llamado, en la sala estaba usted solo….”.
            Manuel ese día no fue a trabajar, llamó a su despacho, anuló todas sus citas, solicitó la baja por enfermedad y se dirigió a su casa….Manuel nunca había observado que existía otra perspectiva distinta, esta mañana –por la razón que sea la había atisbado-, y estaba dispuesto a continuar descubriéndola….
LOLA LIROLA