miércoles, 28 de abril de 2021

SU ÚNICO ERROR: NO CREER EN ELLA (De la serie Daliça Yahon en el lugar de Yuncoslabia)

     La niebla ocultaba cualquier paisaje posible, ni el cerro de Ashlam, ni su oráculo eran visibles.  Todo la susurraba la urgencia de un cambio en su vida. Urgía que Daliça lo viera todo bajo otro punto de vista, pero le estaba resultando difícil. Quizás había enfrentado el conflicto en el flanco equivocado, quizás el hecho de no querer conflictos, lo único que conseguía era atraerlos con más ahínco. En ocasiones, nos ofuscamos creyéndonos partes de un conflicto, juzgando que toda gira al rededor nuestro y, sin embargo, ni somos el centro del universo, ni tan siquiera este sabe de nuestra presencia. No obstante, aquel día cuando entró al despacho del director para solicitar un día de descanso, sobre la mesa, en un papel estaba su nombre: Daliça Yahon. Pero ¿por qué estaba su nombre? ­-se preguntó, intentando retirar aquellos malos pensamientos de su cabeza, sabiendo que terminarían en una neuralgia-, sin ella pretenderlo estaba siendo el centro de algún universo del que no era consciente, ni nadie le había informado todavía.

Daliça había llegado a la edad adulta sin ayuda de ninguna pastilla calmante, ni ninguna sustancia química; había pasado infinidad de situaciones conflictivas en las que otras personas hubieran necesitado esa ayuda; había sufrido fracasos, pérdidas humanas importantes; también había sido dejada de lado por grandes amigas, por hermanos y por personas allegadas, sin la más mínima piedad, y ella no había acudido jamás ni a drogas, ni a ninguna evasión; más bien había encarado la vida a pecho descubierto. Pero aquello se estaba pasando del castaño oscuro. Si había algo que ella tenía claro, es que ya era hora de dejar cualquier sufrimiento, era momento de actuar, para dejar de rogar consideración de los que le rodean, amor, de pedir ser querida, incluso de ser reconocida, o tratada con la consideración que merecía -idea que estaba tomando forma en su cabeza-. Y desde luego no iba a caer ni en estupefacientes, ni en pastillas que le calmara aquella ansiedad que le ardía en la boca del estómago desde hacía meses, así como la ansiedad que iba en aumento.

Su nombre en una hoja, encima de la mesa del director, no había sido puesto ahí porque sí, había una intención. Todavía no sabía de quién, pero alguien quería que ella lo viera y la máquina de la autodestrucción comenzara su labor. Daliça tenía dos opciones: una indagar sobre la intención de aquel detalle totalmente intencionado por parte el guionista cósmico; o hacer que todo le importe un pimiento, ya que cuanta más importancia le diera antes conseguiría la neuralgia, o la crisis de ansiedad.

Dirigió la mirada al papel -la mirada de Daliça era de las más expresivas que podían existir-, una sonrisa apareció tras ella, levantó una ceja -un gesto muy suyo- mirando a los ojos del director y al papel en un movimiento ligero y subliminal, manejando el lenguaje no verbal a la perfección -seguramente su interlocutor no era consciente del significado auténtico de aquel gesto-. Ella tampoco lo era, ya que no tenía ningún significado, sin embargo, algo dentro de ella la llevó a realizarlo. quizás solo advertir que había visto el papel cutre.

Daliça había comprendido de una vez por todas quien era la que mandaba, ella. Atrás debían quedar tantas personas que habían abusado de su inocencia a lo largo de su vida, esas personas que sabiendo que estaban teniendo un comportamiento abusivo hacia su persona, habían accedido para beneficiarse de cualquier situación -ya fuera económica, social, incluso por sentirse superior-, personas sin escrúpulo moral que habían sido capaz de mentir, engañar, traicionar para conseguir su objetivo. Por fin comprendió que cualquier señal exterior, era eso, externa a ella, nada que ver con la verdad de su vida. Su grandeza consistía en ser ella misma, en su carácter transparente, en su honradez, en su hacer siempre lo correcto, en la sinceridad, en ser una mujer responsable, sin doblez, sin nada que ocultar. Su único error había consistido en no creer en ella misma.

Por lo que descolgó el teléfono, marcó un número que tenía guardado en la agendad desde hacía meses y llamó. Era hora de actuar ella y pedir ayuda a un profesional.


lunes, 12 de abril de 2021

FILOMENA DE MI VIDA (De la serie Daliça Yahon en el lugar de Yuncoslabia)

 

          Después de las merecidas vacaciones de Navidad, Daliça veía todo bajo otro punto de vista, había conseguido dormir y descansar, había estado estudiando sobre el asertividad, pero sobre todo estaba nueva, a pesar de la pandemia tuvo tiempo para estar con su familia, que siempre la recargaban las pilas. El viernes que estaba previsto volver al trabajo, la delegada del gobierno les ordenó que no se incorporara, ya que las carreteras estaban intransitables y no había acceso a los centros escolares. Ella que tenía un sentido muy crítico, estaba indignadísima, ya que en septiembre les obligaron a contemplar tres posibles escenarios: presencial, semipresencial, y online. Ella se preguntaba ¿Por qué no comenzaban el viernes de manera online? No, no fue así, tres días después la delegada -otra del club de la srta Pepis-, decidió que podían hacerlo online y que los tres días que no habían asistido al centro, ni impartido clases a través de internet, debían recuperarlos. Ella estaba indignada, porque la orden la había firmado la jefa y no le habían dado otra opción -habiéndola como la había-, pero los tres días perdidos los tenía que recuperar ella. En fin, era una indignación vacía, ya que nada se podía hacer al respecto.

          Daliça siempre había oído decir que un clavo saca otro clavo, la preocupación de diciembre quedó en el olvido, y se concentró en impartir clases online y hacer que sus alumnos se conectaran. Algo que no le costó mucho, ya que se conectaba vía online y pasaba lista a diario, y a diario, le tenían que enviar lo que se había realizado en clase a través del maravilloso programa. Eso suponía mucho trabajo para ella, ya que debía revisar lo trabajado uno por uno, en contraprestación consiguió que sus clases fueran productivas. Y por supuesto, supuso el abandono total de cualquier enemistad, ya que las clases las impartía sin mascarilla y se veían su rostro, su sonrisa y sirvió para unirse todo lo que no lo habían conseguido hasta ahora.

          Fue en ese momento, en el que descubrió a otros alumnos, en sus casas no podían hablar unos con otros, además de que tenían cerca a los padres y se comportaba como unos niños buenos.

          Los responsables del centro no fueron conscientes de los desperfectos que la Filomena había causado en el centro hasta pasado una semana, ya que el acceso al mismo era imposible. Una simple tormenta puso patas arriba a todo un país, sin embargo, ella estaba encantada, no tenía que conducir y sobre todo no se exponía a ningún virus.

          Una vez que se pudo acceder, volvieron con ganas, tanto alumnos como profesores. Daliça experimentó una relajación del acoso que sintió en diciembre, lo que supuso el primer momento desde que estaba allí de tranquilidad.

          Ella aprovecho para volver saborear el amor hacia su vocación, a disfrutar del contacto social y a empezar a ser ella misma, algo que no había podido hasta ahora.

domingo, 11 de abril de 2021

FAUNA Y FLORA PROPIA EN EL LUGAR DE YUNCOSLABIA (De la serie Daliça Yahon en el lugar de Yuncoslabia)

 

Es verdad que una profesora debe ser la que dice cuando termina la clase. Sin contar que ella había establecido una alarma en su móvil para cada cambio de turno –estratégicamente había escogido la sintonía de la película “La Purga”–, para que no sucediese precisamente lo que estaba ocurriendo, pero aquella clase fue surrealista, y cuando los alumnos dijeron que era la hora, sin saber que faltaban cinco minutos recogió todo y se fue haciendo ejercicios de respiración mientras atravesaba el patio hacia la siguiente clase

Tras el fracaso de la Segunda Evaluación, Daliça se había propuesto adaptar sus explicaciones a nivel de aquella clase, llevando material, ideando tareas agradables para ellos …etc., y no es que no los hubiera adaptado hasta ese momento, sino que no había sido suficiente, a tenor de los resultados. En esta clase tenía que explicar el texto expositivo, por lo que había decidido realizar una carta de presentación como práctica de ese tipo de texto, que se adecuara a un posible trabajo. Había confeccionado una carta de presentación y la había cortado en sus diferentes partes para que los alumnos entendieran que cada una tenía su espacio en el todo.

Lo primero fue explicar las partes que la componen, que en sí mismo fue una Odisea. Ya que, previamente debían elegir su propio trabajo, que solo eso se convirtió en el primer obstáculo, ya que sin la ESO no tenían acceso a casi ningún trabajo, no obstante, Daliça les dio bastante ideas de posibles trabajos, con la intención de poder realizar dicha carta –aunque ella sabía que para estos no les pedirían ninguna–; Una vez explicado minuciosamente cómo redactar una carta, sus partes, el vocabulario que debían emplear y el formato, había que hacerla.

Durante todo ese tiempo, además de estar hablando entre ellos como si estuvieran en la terraza de un bar, allí nadie entendía nada, era como si un conjunto de alienígenas hubiese bajado a la tierra del espacio sideral y se hubieran sentado en aquellos pupitres. Cada palabra de explicación que apuntaba en la pizarra –por supuesto con su propia tiza, ya que ellos la hacían desaparecer para que el profesor mandara al delegado a por una y así perder diez minutos de explicación­­–, pues, la repetían como si fuese la primera vez que la oían.

­–Esta tarea la debéis hacer en Word –dijo con toda normalidad.

–¿Qué es Word? – dijo alguien.

–Yo no tengo Word –dijo otra voz que Daliça no distinguió porque la mascarilla hacía las voces anónimas.

–Ni yo, ni yo, ni yo –dijeron como un eco de la primera, otras voces.

–¿No tenéis ordenador? –preguntó con gran asombro.

–No –se oyó al unísono.

–Bueno, pues lo hacéis en un folio, con el formato que voy a explicar – tomó la tiza y se dispuso a dibujar un folio en la pizarra y explicar lo que era formato folio.

–Profe, yo no tengo folios, ¿no puedo hacerlo en el cuaderno?

–Sí, pero con formato de folio.

–¿Profesora qué es formato? –Se volvió hacia la pizarra para que no vieran su asombro y la expresión de paciencia que le salía de natural en su rostro, ya que podían malinterpretarlo como solían hacerlo.

            Durante toda la clase tuvo que mandar callar en numerosas ocasiones, repetir lo dictado y lo explicado otras tantas, y hacer un alarde de paciencia sobrehumana. Daliça no podía explicarse cómo habían llegado aquellos jóvenes a aquel grado de desinterés por cualquier cosa académica. Una vez terminada la explicación, dijo:

–Lo subo al programa como tarea, tenéis hasta el lunes para entregarlo, o sea, que os dejo seis días para que hagáis la carta, y subáis la foto. El que lo haga, se lo evalúo y no le entra en el examen.

            Llegó el fin de la entrega: cero tareas entregadas.

            Daliça no estaba acostumbrada a aquel índice de suspensos, ya que para ella la educación se convertía en un reto, en el que los alumnos debían aprender sin esfuerzo y sin darse cuenta. Ya le había ocurrido otro año que le dieron un grupo de apoyo, de los que nada se esperaba, y consiguió sacar lo mejor de todos y cada uno de ellos. Sin embargo, con esta ocasión no lo estaba consiguiendo. Desde que comenzara el curso había intentado varias estrategias, y ninguna de ella había conseguido nada. Ellas –porque casi siempre eran las chicas– hacían todo lo posible por no hacer nada durante las clases, sino era lo de la tiza, era ir al servicio, o discutir con la profesora. En las clases, que para ellas consistían en hablar con la de al lado, no coger apuntes, no hacer nada en casa, y luego entregar el examen en blanco.

            Daliça se preguntaba: ¿qué clase de juventud era aquella?, con todo lo que se había luchado en años anteriores para que la población dejara de ser analfabeta: su abuela no había ido a la escuela nunca, no sabía leer ni escribir, algo que se le notaba a la legua. Su madre estuvo tres meses de verano y gracias a la República, sabía leer y era una gran lectora, pero tenía muchas faltas de ortografía. Su padre había entrado a trabajar como aprendiz en la Fábrica de Armas a los catorce años, y hasta que se jubiló solo había tenido tiempo de trabajar, pero sabía leer y escribir.  Por ese mismo motivo habían hecho todo lo posible para que sus hijos estudiaran, Ella se había educado en un momento de la vida de España en la que ir a la universidad no era tan necesario, pero sí había escolarización y, por supuesto, todos sabían leer y escribir, hasta el que se quedaba sin titular con el Graduado Escolar. Daliça había estudiado hasta COU, con un nivel del actual Grado, de manera que ella que había elegido letras puras, podía explicar matemáticas hasta un nivel de cuarto de la ESO. En aquellos años, el que valía estudiaba, el que no, se ponía a trabajar. Pero todos sabían leer y escribir decentemente.

En la actualidad, el nivel del sistema educativo era penoso, pero aquello no tenía nombre. ¿Dónde se suponía que habían estado estos chavales durante todos los cursos que habían pasado en el instituto? La enseñanza obligatoria se había convertido en una cárcel, en donde la obligatoriedad inyectaba el desánimo en sus mentes, y hacía que asistir fuera un martirio para algunos. Por lo que, ellos optaban por dormirse o liarla, cualquiera de esas dos posibilidades estaban a su disposición cada día que asistían a clase; mientras que para  los otros, sus compañeros,  suponía una bajada del nivel educativo que se generaba al intentar adaptar el nivel a todos, y por tanto, una disminución del aprendizaje cognitivo de aquellos alumnos que intentaban colaborar. Además, sufrían la violencia verbal y situacional producida por sus propios compañeros. Por lo que todos, se habían acostumbrado a aquellas situaciones que se generaba. Pero el drama no estaba en esos momentos, durante las clases, ya que los profesores hacían de mediadores y algo amortiguaban, sino en las faltas de respeto continúas que quedaban normalizadas en sus cerebros como parte de acervo cultural, como parte de sus creencias, y como fundamento en su formación.

Daliça se fue hacia el patio intentado respirar, ajena totalmente a todo, al llegar al árbol observó que había un nido, en el que una paloma cuidaba a su polluelo, continúo caminando y vio la glicinia florecida y se dijo: en el lugar de Yuncoslabia existe una fauna y una flora propia.

 

lunes, 5 de abril de 2021

UN DÍA EN EL DESPACHO DEL DIRECTOR CON LA SEÑORITA PEPIS. (de la serie: Daliça Yahon en el lugar de Yuncoslabia)

                Cuando sonó la alarma eran las 7,45 horas, se había dormido, se ve que había silenciado el despertador sin darse cuenta, era una hora más tarde de lo acostumbrado, en menos de una hora debía estar en su puesto de trabajo, teniendo en cuenta que el viaje le llevaba treinta o treinta cinco minutos, tan solo le quedaban otros treinta para desayunar, ducharse y prepararlo todo. Decidió no mojarse el pelo, no le daba tiempo para secárselo, y no podía irse con él mojado en invierno porque le supondría un constipado seguro. Intentó peinarse, pero su cabello fosco no acataba ninguna orden, se vistió rápidamente, y con un café bebido, se subió a su Rocinante y le picó espuela. Durante todo el camino no paraba de mirar al reloj, que en todo momento le confirmaba que todo iba bien, que llegaría a su tiempo. Se miró al espejo y efectivamente su pelo seguía sin dejarse domar, algo que la importaba muy poco, porque su autoconcepto no se veía mermado por un día sin peinar. En una incorporación a la autovía estuvo a punto de ser arrollada por un camión de gran tonelaje, –debes concentrarte, o tendrás un accidente, se dijo a sí misma–, y se centró en la conducción. Toda esta situación le hizo pasar por el cerro de Aslham sin reparar en el oráculo del día.

Al entrar por la puerta de su trabajo, lo primero que oyó fue: “hoy ha venido la inspectora”, esas palabras cayeron en su cerebro implicándola en la historia en primera persona, aunque Daliça apartó esos pensamientos de inmediato: “no te preocupes, tú no tienes nada que ver con esta visita”.  

            Después de la primera clase, ya se le había olvidado lo de la inspectora, subió al primer piso y cuando encaró el pasillo, sin saber el motivo, empezó a alargarse como si fuera elástico, poniendo en el punto de fuga, al director con una mujer menuda, que posiblemente sería la inspectora, –¿qué hacía allí? se preguntó–. Sería una casualidad, volvió a insertar en su cerebro, mandándole callar. Sin embargo, después de andar por el pasillo bajo el efecto túnel, elucubrando múltiples posibilidades, por fin llegó a su altura. Estaban en la puerta de la clase a donde iba ella.

–Te presento a la inspectora –dijo el director con cara circunspecta.

–No te doy la mano por la pandemia –aclaró la inspectora.

–Ella va a entrar a tu clase –Daliça intentó guardar la calma, porque justo en ese día había programado la lectura de “Alicia en el país de las maravillas” de Lewis Carroll, y el día anterior advirtió a sus alumnos que no trajeran ni libro, ni cuaderno, ya que proyectaría la lectura en la pantalla. Tuvo un momento de incertidumbre, –pues vamos a leer, y ya está, se dijo–. Al entrar a la clase, presentó a la inspectora a sus alumnos, y estos quedaron en silencio incómodo, mientras Daliça enchufaba los cables al proyector. Aquella clase era indómita, en otras ocasiones estarían de pie hablando unos con otros y sin orden ninguno, pero en aquella mañana guardaban silencio todos. Comenzaron la lectura y, de manera hipnótica se fue calmando poco a poco. La inspectora, sin interrumpir la clase y en un susurro, preguntó a los chicos de detrás, –¡justo a los más conflictivos tiene que preguntar!, se dijo– y después de veinte minutos, se marchó, sin dar más explicaciones y con todo el power del mundo. Todo quedó en calma y con gran incógnita, ya que desconocía por qué había elegido su clase de viernes para entrar en el aula.

Al terminar la clase, un mensajero vino a avisarla de que debía ir al despacho del director –¡otro viernes que se quedaba sin su rato libre! –­. Daliça solo pensaba en que aquel día no se había peinado, pero estaba tranquila ya que ella no había hecho nada punible.

            Al entrar al despacho, se quedó muy impresionada, en la clase no se había fijado en la señora, pero allí estaba, solo le faltaba el carnet de pertenecer al club de “la srta. Pepis”. Además, estaba el conclave en pleno, pero en esta ocasión para nada bueno. Con toda altivez –según la correcta interpretación de su papel–, le informó que había sido denunciada sido por unos padres. A lo que Daliça respondió solicitando saber – de manera totalmente afable– el nombre del denunciante, lo que hizo que la inspectora se pusiera nerviosa y contraatacara.

– El nombre del denunciante debe permanecer en el anonimato. Deja constancia que es interina, no es que pase nada, porque no va a perder su puesto de trabajo, ni nada parecido, pero hay que dejar constancia –dijo dirigiéndose a la secretaria, que era la jefa de estudios.

            Daliça sintió que aquellas palabras eran un ataque directo contra ella, porque conseguir su sueño le había costado muchos años, y se sentía amenazada, por lo que, por algún proceso desconocido para ella en ese momento, quedó paralizada. El hipocampo estaba inflamado y empezó a arremolinarse sangre a su alrededor, dejando el resto del cerebro paralizado, de manera que era incapaz de hacer otra cosa que limitarse a contestar a las preguntas que le hizo la inspectora, que después de ciento diez minutos de en aquel despacho y acusaciones manipuladas, de situaciones sacadas de contexto y lenguaje intimidatorio propició que Daliça se pusiera a llorar. No entendía nada de lo que estaba pasando, no entendía por qué aquella señora la trataba tan mal, porque sus compañeros –la jefa de estudios y el director– no paraban aquello, porqué ella misma no lo paraba, porqué estaba bloqueada y estaba permitiendo aquel trato vejatorio.

Al terminar salió corriendo y se encerró en el baño a llorar, se dijo a sí misma: “ya estás haciendo un drama Daliça”, pero aquello no era hacer drama, no era sufrimiento inventado. Simplemente la habían tratado mal, con un trato inhumano, intimidatorio y lo que era peor, no sabía a quién se debía la denuncia porque la única explicación fue que una madre la había denunciado por retirarse la mascarilla en un momento estando en clase. Sin embargo, el interrogatorio no giró en torno a la mascarilla, ni a las normas COVID19 del centro, no. El interrogatorio se centró en su praxis como docente y el supuesto maltrato que ella ofrecía a los alumnos –algo inconcebible, ¿cómo iba ella a maltratar a sus alumnos? –. Era como una puñalada en lo más íntimo de su persona. Ella que disfrutaba de su vocación, que luchaba por hacerse respetar desde el cariño y el dominio del mundo emocional, que enseñaba a sus alumnos el respeto a la diversidad, las múltiples inteligencias y capacidades como esperanza para el futuro, ahora estaba siendo acusada de ser fría, impasible, insultante, y maltratadora. No le cabía en su cabeza y, a pesar de haber conocido a personas manipuladoras en su vida, jamás se podría imaginar que aquello le ocurriese a ella.

            Se recompuso, y cuando llegó su siguiente clase, con toda dignidad cumplió con sus funciones sin que nadie se percatara de lo que le había ocurrido. Impartió la quinta hora con toda normalidad y luego la sexta hora.

            Pero no conformes con lo que en aquel despacho había ocurrido, enviaron a la profesora de guardia para que la supliese mientras ella volvía a ir a Dirección. Daliça había tenido tiempo para reflexionar, para tranquilizarse, debía volver a casa conduciendo y no se podía permitir estar despistada. No entendía nada de lo ocurrido, ni el motivo por el que aquella señora se había comportado así, ni porqué sus compañeros presentes no le había echado una mano, tampoco entendía por qué ella quedó bloqueada, pero lo que sí tenía claro es que las continuas visitas al despacho del director se iban a ir acabando. Llegó allí escucho excusas vacías que no le convencían y se marchó para casa. Era viernes, después llegaría el fin de semana, y luego quedaban tres días para las vacaciones, en donde reflexionaría, encontraría la paz y analizaría lo ocurrido.


miércoles, 12 de diciembre de 2018

Ilustración de Inma Main


NACER DESPUÉS DE LA MUERTE

Ella, que había vivido sin quitar el plástico a la vida, que había cedido su juventud a la práctica escrupulosa de la entrega por amor, que había salido del campo de las amapolas viajando hasta un útero ajeno, permaneciendo pura en su corazón y fiel a la alianza primigenia. Estaba muerta.
Sobre el tálamo blanco había modelado su camino, había dibujado las huellas convenientes que serían los signos del mapa que guiarían a su recua, había acallado la voz insistente que la invitaba a huir de la jaula, permaneciendo en el paraíso a pesar de todo. Pero ahora estaba muerta.
Su cuerpo, habitáculo salvaje de esta existencia, permaneció un tiempo tendido sin vida sobre la cama sin que nadie lo percibiera. Tiempo en el que se libró la más dura de las batallas, sin banda sonora, sin enemigo, sin ni siquiera elección propia. Una batalla imperceptible a cualquier ojo humano. Una batalla unipersonal. Los mares del sur turquesa experimentaron los embates constantes de las aguas frías del norte, que helaban cualquier perspectiva futura, arrasando cualquier atisbo de esperanza.
Durante este tiempo sus pies habían echado raíces que se extendían por la alcoba buscando la única tierra que existía, la de un cactus. Su rostro moraba sin sonrisa apagando la atmósfera de su sangre, tiñendo de sombra cualquier horizonte. Sus lágrimas habían hecho surco sobre la hermosura. Sus manos transparentes descansaban sobre su pecho, con sus uñas quebradas por la batalla. Mientras, su corazón, en carne viva, cada vez soportaba menos las señales hirientes que destrozaban cualquier esperanza. Los buitres aleteaban en su alrededor esperando la muerte final para comenzar a disfrutar de la carroña. Permanecía tumbada, callada, respiraba viajando a la inmovilidad inerme del vacío total como único asilo.
Ella estaba muerta. Murió dejando atrás cualquier vida conocida, cualquier cimiento construido, cualquier creencia establecida. Murió a todo lo que conocía, a la esperanza, a lo establecido, a lo experimentado, ella murió.
Sin embargo, su corazón, contra todo pronóstico, continuaba latiendo a un ritmo lento. Y desde la parálisis corporal observó que tenía que hacer algo, volver a nacer, tenía que alzarse sobre la batalla, que empezar de nuevo, soltar cualquier lastre que le llevará al recuerdo, cualquier creencia que diera credibilidad al final de los tiempos, tenía que concebir un final más amable.
Nació desde un útero propio, sin madre que la pariera, ni costilla de Adán del que desprenderse. Nació en un parto sin anestesia aprovechando el comienzo del fin, aprovechando que el cielo rompía aguas arrasando todo lo falso y lo sucio, aprovechando que en la batalla había conocido a los contrincantes.
Nació limpia, como había muerto, improvisó una nueva aurora, unas nuevas creencias, una nueva esperanza, un horizonte pintado en la pared, se alzó libre de cualquier memoria pasada.
Se alzó desde el suelo investida con una armadura fuerte. Sus alas irreprochables iluminaban todo, este era el momento con el que había soñado toda su vida, el que vislumbró en su infancia, en su adolescencia, en su juventud, en su madurez, un momento de luz. Muerte y vida juntas.
Un nacimiento después de la muerte

Lola Lirola, Argés (Toledo) 24 octubre de 2018.

martes, 13 de noviembre de 2018


ilustración: Vicente Jiménez García


ESENCIA


Memoria de un adiós
camino hacia el mar,
buscaba libertad,
¡tanto ganado, tanto perdido!
De tanto reír mis lágrimas
navegan por mares abismales.
De tanto parir mi piel
permanece preñada de ese aroma.
De tanto amar mi aliento
abunda hermosas acuarelas.
De tanto dudar mi realidad
afirma certezas impensables.
Todo ha cambiado, todo está igual,
un camino ya andado,
otro por caminar.
La esencia persiste.
Lola Lirola, Toledo, 21 de junio de 2014

martes, 6 de noviembre de 2018


NARCISO

Como Narciso te miras en la lámina líquida,
enamorada de ti,
recreándote en las miserias
que te permiten aferrarte a este mundo,
al drama de una entelequia inventada,
‑que tú llamas realidad‑,
una historia que satisface las necesidades
de un guion que creaste,
y retocas incansablemente
cada vez que resuelves un enigma,
cada vez que crees encontrar
la salida del laberinto,
‑también inventado‑,
la realidad es que tú eres,
estás aquí,
ahora,
detrás de los anhelos, sueños y éxito,
que quizá no son buenos para ti,
detrás del fracaso
en el que pretendes instalarte
para dar pábulo a tu drama,
escondida entre los pensamientos y las emociones,
sin forma, sin tiempo.
¡Mírate, detrás de la lámina líquida!
tú eres,
estás aquí,
AHORA.
Lola Lirola, Toledo 16 de agosto de 2016