La niebla ocultaba cualquier paisaje posible, ni el cerro de Ashlam, ni su
oráculo eran visibles. Todo la susurraba
la urgencia de un cambio en su vida. Urgía que Daliça lo viera todo bajo otro
punto de vista, pero le estaba resultando difícil. Quizás había enfrentado el
conflicto en el flanco equivocado, quizás el hecho de no querer conflictos, lo
único que conseguía era atraerlos con más ahínco. En ocasiones, nos ofuscamos
creyéndonos partes de un conflicto, juzgando que toda gira al rededor nuestro
y, sin embargo, ni somos el centro del universo, ni tan siquiera este sabe de
nuestra presencia. No obstante, aquel día cuando entró al despacho del director
para solicitar un día de descanso, sobre la mesa, en un papel estaba su nombre:
Daliça Yahon. Pero ¿por qué estaba su nombre? -se preguntó, intentando retirar
aquellos malos pensamientos de su cabeza, sabiendo que terminarían en una
neuralgia-, sin ella pretenderlo estaba siendo el centro de algún universo del
que no era consciente, ni nadie le había informado todavía.
Daliça había llegado a
la edad adulta sin ayuda de ninguna pastilla calmante, ni ninguna sustancia
química; había pasado infinidad de situaciones conflictivas en las que otras
personas hubieran necesitado esa ayuda; había sufrido fracasos, pérdidas
humanas importantes; también había sido dejada de lado por grandes amigas, por
hermanos y por personas allegadas, sin la más mínima piedad, y ella no había
acudido jamás ni a drogas, ni a ninguna evasión; más bien había encarado la
vida a pecho descubierto. Pero aquello se estaba pasando del castaño oscuro. Si
había algo que ella tenía claro, es que ya era hora de dejar cualquier
sufrimiento, era momento de actuar, para dejar de rogar consideración de los
que le rodean, amor, de pedir ser querida, incluso de ser reconocida, o tratada
con la consideración que merecía -idea que estaba tomando forma en su cabeza-.
Y desde luego no iba a caer ni en estupefacientes, ni en pastillas que le
calmara aquella ansiedad que le ardía en la boca del estómago desde hacía meses,
así como la ansiedad que iba en aumento.
Su nombre en una hoja,
encima de la mesa del director, no había sido puesto ahí porque sí, había una
intención. Todavía no sabía de quién, pero alguien quería que ella lo viera y
la máquina de la autodestrucción comenzara su labor. Daliça tenía dos opciones:
una indagar sobre la intención de aquel detalle totalmente intencionado por
parte el guionista cósmico; o hacer que todo le importe un pimiento, ya que
cuanta más importancia le diera antes conseguiría la neuralgia, o la crisis de ansiedad.
Dirigió la mirada al
papel -la mirada de Daliça era de las más expresivas que podían existir-, una
sonrisa apareció tras ella, levantó una ceja -un gesto muy suyo- mirando a
los ojos del director y al papel en un movimiento ligero y subliminal,
manejando el lenguaje no verbal a la perfección -seguramente su interlocutor no
era consciente del significado auténtico de aquel gesto-. Ella tampoco lo era,
ya que no tenía ningún significado, sin embargo, algo dentro de ella la llevó a
realizarlo. quizás solo advertir que había visto el papel cutre.
Daliça había comprendido
de una vez por todas quien era la que mandaba, ella. Atrás debían quedar tantas
personas que habían abusado de su inocencia a lo largo de su vida, esas
personas que sabiendo que estaban teniendo un comportamiento abusivo hacia su
persona, habían accedido para beneficiarse de cualquier situación -ya fuera
económica, social, incluso por sentirse superior-, personas sin escrúpulo moral
que habían sido capaz de mentir, engañar, traicionar para conseguir su
objetivo. Por fin comprendió que cualquier señal exterior, era eso, externa a
ella, nada que ver con la verdad de su vida. Su grandeza consistía en ser ella
misma, en su carácter transparente, en su honradez, en su hacer siempre lo
correcto, en la sinceridad, en ser una mujer responsable, sin doblez, sin nada
que ocultar. Su único error había consistido en no creer en ella misma.
Por lo que descolgó el
teléfono, marcó un número que tenía guardado en la agendad desde
hacía meses y llamó. Era hora de actuar ella y pedir ayuda a un profesional.